Ramillete espiritual:
El 11 de mayo
Felipe y Santiago tienen poco realce en el colegio apostólico. Pero sólo forma parte de él, ya supone un gran privilegio. Son dos de las Doce Columnas de la Iglesia. No entenderían todo lo que predicaba el Maestro, pero por encima de todas las dificultades, le permanecieron siempre fieles.
Tuvo que ser un momento de gran expectación aquel amanecer sobre la montaña. Jesús había pasado la noche en oración. Muchos le habían seguido. Y al amanecer, Jesús empezó a nombrar nombres, doce nombres "a quienes llamó apóstoles". Felipe y Santiago el de Alfeo no podrían contener la emoción cuando se sintieron llamados por el divino Maestro.
Felipe ya había sido llamado antes por Jesús. "Sígueme", le dijo un día junto al lago de Genesaret, su lago, pues también él era de Betsaida, como Andrés y Pedro. Y Felipe le siguió sin dilación. Y además se convirtió en propagandista. Encontró a Bartolomé y lo atrajo hacia Jesús. "Ven y verás", le dijo, y Bartolomé se unió también al grupo apostólico.
Felipe siguió fielmente a Jesús. A veces parece un poco ingenuo y como si Jesús bromeara con él. "Felipe ¿cómo dar de comer a toda esta gente?" Y Felipe calcula que haría falta mucho dinero para conseguirlo.
El discurso de la última Cena le debió parecer largo y oscuro. "Muéstranos el Padre, interrumpe a Jesús, y esto nos basta". Jesús le aclara: "Felipe, quien me ve a mí, e también a mi Padre". Hay en el Evangelio otra intervención de Felipe. Felipe es nombre griego, y algo conocería esta lengua. Cuando un grupo de griegos quiso hablar con Jesús, se dirigió a Felipe para obtener la audiencia, quien a su vez acudió a Andrés para conseguirla.
De Santiago no aparecen intervenciones concretas en el Evangelio. Se sabe que era de Caná y pariente del Señor, según la opinión más probable. Parece que su madre era hermana de la Virgen, y por eso se le llama "hermano" de Jesús, que en hebreo significaba primo o cualquier clase de parentesco. Es uno de los pocos parientes de Jesús que creyeron en Él antes de la Pasión.
Cuando los apóstoles se dispersaron, después de Pentecostés, Felipe y Santiago son los menos andariegos. Felipe quedó en Frigia, predicando, bautizando, fiel a las enseñanzas del Maestro. A veces llegaba a la vecina Laodicea, a cultivar la semilla que había sembrado el apóstol Pablo.
Santiago fue el primer obispo de Jerusalén, el obispo apropiado para la "transición", fiel a la doctrina de Jesús, sin abandonar la ley de Moisés. Preside el concilio de Jerusalén y consigue la paz entre los judíos convertidos y los paganos que pasan al cristianismo, a los que no se deben imponer las prácticas judías. Era un tema espinoso, y supo encontrar el equilibrio. San Pablo no duda en llamarle "Columna de la Iglesia". Era un gran asceta, pacífico y tenaz a la vez.
Santiago escribió una importante Carta "a las doce tribus de la dispersión", que contiene una serie de normas morales inspiradas en los libros sapienciales, pero impregnadas ya de la espiritualidad del Sermón de la Montaña. Normas preciosas sobre la verdad, la libertad, la caridad, la concordia, la unión inseparable de fe y obras... Llama la atención su insistencia en los pecados de la lengua, y de modo particular sus apóstrofes contra los ricos que se olvidan de sus jornaleros y sólo piensan en atesorar, todo lo cual un día se volverá contra ellos.
Felipe y Santiago, testigos del Señor, por Él derramaron su sangre.