Ramillete espiritual:
El 23 de marzo
En 1594, durante su tercera «visita» diocesana, escribiéndole al rey de España Felipe II, Santo Toribio Alfonso de Mogrovejo hacía un pequeño balance: había recorrido unos 15.000 kilómetros, había administrado la Confirmación a unos 60.000 fieles (Toribio no podía saber que entre ellos había tres santos: Rosa de Lima, Francisco Solano y Martín de Porres). La situación de América Latina sería muy distinta de la actual si sus sucesores y todos los cristianos hubieran tenido el mismo impulso y la misma coherencia del que fue llamado «apóstol del Perú y nuevo Ambrosio » y a quien Benedicto XIV comparó con San Carlos Borromeo.
Toribio nació en España hacia el año 1538 de una noble familia; estudió en Valladolid, Salamanca y Santiago de Compostela, en donde obtuvo la «licencia » en derecho. En 1573 fue nombrado inquisidor en Granada, entró en contacto con Felipe Il, por cuya petición Gregorio XIII lo preconizó, aunque todavía era laico, arzobispo de Lima, con jurisdicción sobre las diócesis de Cuzco, Cartagena, Popayán, Asunción, Caracas, Bogotá, Santiago, Concepción, Córdoba, Trujillo y Arequipa: de norte a sur eran más de 5.000 kilómetros, y el territorio tenía más de 6 millones de kilómetros cuadrados. Después de haber recibido todas las Ordenes sagradas y de haber sido consagrado obispo en agosto de 1580, partió inmediatamente para América, a donde llegó en la primavera de 1581.
Durante 25 años vivió exclusivamente al servicio del pueblo de Dios. Decía: «¡El tiempo es nuestro único bien y tendremos que dar de él estricta cuenta! ». Fue el verdadero organizador de la Iglesia en América, a través de los diez sínodos diocesanos y los tres sínodos provinciales, de los cuales el más importante fue el primero, que se celebró en Lima en 1582 y cuya eficacia se puede comparar con la del concilio de Trento; en 1591 fundó el primer seminario de América; intervino con energía contra los derechos particulares de los religiosos, a quienes estimuló para que aceptaran las parroquias más incómodas y pobres; casi duplicó el número de las «Doctrinas » o parroquias, que pasaron de 150 a más de 250.
Tuvo un ilimitado amor a los indios y a su cultura: con un tris de ironía en el sínodo de Lima se invitaba a los españoles, que creían ser más inteligentes que los indios, a que hicieran el esfuerzo por aprender la nueva lengua... Y precisamente en una capillita india; Toribio recibió el viático el 23 de marzo de 1606, un jueves santo, y ahí expiró mientras el prior de los agustinos tocaba en el arpa los salmos 116 y 31. Fue canonizado en 1726 por Benedicto XIII.