Vida de los Santos
nuestros modelos y patrones

Ramillete espiritual:

El 29 de diciembre

Santo Tomás Becket
Santo Tomás Becket

Santo Tomás Becket
Obispo y mártir
(1117-1170)

Santo Tomás Becket, hombre completo donde los haya, tenía una idea bien clara del papel del Obispo y de toda aquella persona que haya sido constituida en autoridad: Debe dar testimonio con su vida de lo que ha prometido al Señor y de la misión que le ha sido confiada. En una de sus preciosas cartas que han llegado hasta nosotros, escribió estas hermosas palabras: "El Sumo Sacerdote, el Señor, es el que, desde lo más alto de los cielos, observa atentamente todas sus obras... El destino de todos los Santos ha sido siempre el fiel cumplimiento de sus deberes, para que se cumpla en ellos aquello de que nadie recibe el premio si no compite conforme al reglamento".

"El mayor acontecimiento de la historia" llaman exageradamente algunos historiadores a la muerte de este gran santo que no quiso casarse jamás con la tiranía y la injusticia. Un niño decía a su papá: ¿"Por qué se azota el rey, papá?". Y algunas personas mayores que presenciaban también aquella escena extraña, se preguntaban: "¿Estará verdaderamente arrepentido el monarca?"

Todo había sucedido así: Eran dos grandes amigos. Uno de ellos, por su entereza y por su fidelidad a la verdad y amor a la Iglesia había sido asesinado por su mismo amigo, mejor dicho, por unos esbirros pagados por este amigo que era el rey de Inglaterra, por ver frustrados sus propósitos de dominar a la Iglesia y de seguir cometiendo atropellos contra la justicia. Dos años después de esta muerte, el Papa, que también estaba metido en estos conflictos, lo elevaba al honor de los altares y toda Inglaterra reconocía la verdad, y el rey, arrepentido, al parecer sinceramente, azotaba sus carnes desnudas en la misma catedral donde encontró Tomás Becket la muerte, y lo hacía ante todo el pueblo para obtener el perdón de Dios y de su pueblo.

Tomás quedó huérfano y marchó a París, a Bolonia, siempre con ansias de saber. Había nacido en Londres el 1118 de padres nobles. Siempre sus amigos reconocieron las virtudes que adornaban su alma. Jamás mancilló ésta con los pecados frecuentes en la juventud. La responsabilidad será su disciplina más practicada.

Al volver a Inglaterra pronto empezó a llamar la atención por sus cualidades nada comunes y el Arzobispo de Cantorbery le nombró su arcediano para que le ayudara en el gobierno de la diócesis. El mismo rey reconoce las grandes cualidades de este joven jurista y le nombra su consejero especial para que pueda dirigir los asuntos más delicados de la corona. A pesar del ambiente en que le toca vivir, Tomás no se deja salpicar de los vicios propios de la corte. Todos admiran su austeridad de vida, su pureza de costumbres, su rectitud en todo su comportamiento.

El 1162 murió el arzobispo Teobaldo de Cantorbery y el rey Enrique, que a pesar de su amistad con él no llegó nunca a conocerle a fondo, trabajó lo indecible para que su sucesor fuera Tomás. Se oponía Tomás, pero insistía el rey. Éste creía que así podría adueñarse de muchas prebendas de la Iglesia y dirigirla a su antojo. No sabía con quién se las jugaba. El mismo Tomás le dijo: "Si insistís, no digáis después que no os lo advertí. No venga a convertirse este favor en odio hacia mí y hacia la Iglesia a la que yo representaré".

Pronto los dos amigos empezaron a distanciarse. Tomás continuó con su vida de observancia, de piedad, de excelente clérigo, sin dejarse atrapar en las redes del monarca. Él cometió toda clase de atrocidades. Hasta que maquinó y realizó la muerte abominable del santo arzobispo. La justicia y santidad no podían hacer buenas migas con el atropello, la inmoralidad y el crimen. Era el 1170 cuando Tomás caía asesinado al pie del altar, 29 de Diciembre.