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Ramillete espiritual:

El 3 de octubre

Santa Teresa del Niño Jesús
Santa Teresa del Niño Jesús
O.D.M. pinxit

Santa Teresa del Niño Jesús
Virgen
(1873-1897)

Santa Teresa del Niño Jesús nació en Alençon el 2 de enero de 1873, la última de nueve hermanos. Sobrevivieron cinco. Una hermana fue Visitandina. Teresa y las otras tres fueron carmelitas en el convento de Lisieux. Sus padres, Luis y Celia, que desearon ser religiosos, no pudieron conseguirlo por enfermedad, pero transmitieron a sus hijas la vocación.

Después de la muerte de la mamá, la familia se trasladó a Lisieux. Vivían en las afueras, en Los Buissonnets, un chalet lleno de recuerdos de la Santa. Allí se sintió curada por una sonrisa de la Virgen, y paseando una noche con su padre, vio su nombre escrito en el cielo por las estrellas: buen augurio.

Iba a cumplir 14 años cuando la noche de Navidad le sucedió lo que ella llama «la noche de mi conversión». Emplearía todo su empeño en entrar en el Carmelo -ya estaban sus hermanas mayores- a los 15 años de edad.

Fue una lucha titánica. No le permitían entrar tan joven. En una peregrinación a Roma se atrevió a pedirle a León XIII que le concediera esta gracia. El Papa le dio esperanzas. Entró a los 15 años y 3 meses de edad. Ya en el Carmelo escribió por obediencia su autobiografía, Historia de un alma, un regalo impagable para la humanidad. Teresa de Lisieux, con su bondad y dulzura, y su autobiografía, con su estilo lírico, pueden dar la impresión de una personalidad débil y acaramelada. Pero una mirada más atenta descubre un alma gigante, una voluntad y un carácter indomables.

El mensaje de Teresa es maravilloso. «He venido a salvar a las almas y a rogar por los sacerdotes. Como Moisés en la montaña, rezo por los que combaten». Deseó ir al Carmelo de Saigón. Pero, sin salir de su convento, es la Copatrona de las misiones, junto con San Francisco Javier.

El Kempis y San Juan de la Cruz eran sus lecturas preferidas. Pero luego se limita a la Sagrada Escritura. Jesús, dice, será mi guía y único Director. Le gusta «picar la Biblia»: abrir el libro al azar y oír la voz de Dios. «Si fuera sacerdote, estudiaría griego y hebreo para entender mejor».

Dijo una vez de niña: «Yo lo escojo todo». Igualmente ahora: «No quiero ser santa a medias. Sólo una cosa me asusta: conservar mi voluntad». Quería serlo todo. San Pablo le da la solución: «El amor encierra todas las vocaciones. Y clamé: Mi vocación es el amor. En el corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el amor. Así lo seré todo».

Después piensa que, más que querer ser santa, como tarea personal, ahora su tarea será dejar hacer a Dios, vivir la confianza y el abandono en sus manos, ofrecerse como víctima al Amor Misericordioso. No se desanima ante las propias imperfecciones. Descubre el camino de la infancia espiritual. Desea ir al cielo en el ascensor de los brazos de Dios, ser como un juguete del Niño Jesús. Practica las pequeñas virtudes, como sonreír a una anciana difícil. Enseña a las novicias a vivir el hoy.

Teresa cargó valerosamente con la cruz: la enfermedad de su padre, incomprensiones en el convento -suavizadas luego con la entrada de Celina-, dudas de fe, aridez espiritual, el terrible frío invernal de Normandía... Uno de los momentos cumbres de su vida es cuando descubre con gozo su enfermedad mortal. «El Esposo divino vendrá pronto a buscarme, pero no le temo, al contrario»... «Quiero pasar el cielo haciendo bien a la tierra».

La vida de Teresa fue una «existencia teológica». La Teresa celestial fue ocupando paso a paso a la terrestre, hasta vaciarla. Sus últimas palabras fueron: «Dios mío, os amo». Murió el 30 de septiembre de 1897 a los 24 años y 9 meses. Fue canonizada por Pío XI el Año Santo 1925.