Ramillete espiritual:
El 26 de enero
La más ilustre de las mujeres destinadas a arrojar una última luz sobre la nobleza romana fue Paula, cuya madre descendía de los Escipiones y de Pablo Emilio. Tras recibir una educación digna de su antigua raza y de su gran fortuna, se casó con Toxocio, emparentado con Julio César, y tuvo un hijo y cuatro hijas.
Viuda a los veintidós años (369), permaneció inconsolable durante mucho tiempo y, cediendo a las súplicas de santa Marcela, se consagró al Señor ejercitando las virtudes que le eran más queridas. Su generosidad se extendió por todas partes a su alrededor: siempre estaba ocupada cuidando de los desafortunados, y se habría reprochado a sí misma si no los hubiera aliviado en el momento de su miseria, despojándose de antemano en la tierra para asegurar para ella y su familia la herencia del Cielo.
Fue a su regreso de Oriente (381) cuando San Jerónimo conoció a Paula; recibió hospitalidad en su casa, y desde entonces comenzó entre ellos ese afecto espiritual tan beneficioso para sus almas y para el progreso de la religión. A los envidiosos que se atrevieron a acusarle de ello, Jerónimo replicó: "¿Acaso sólo había en Roma una mujer penitente y mortificada capaz de conmoverme? Una mujer seca por continuas austeridades, que no conocía otro pasatiempo que la oración, otro canto que los salmos, otra conversación que el Evangelio, otro alimento que el ayuno?".
La muerte de Blésille, su hija mayor, sumió a Paula en un dolor excesivo; esta pérdida aceleró la ejecución del plan que se había trazado de dejarlo todo para irse a vivir en soledad. En compañía de su hija Eustoquia, se embarcó hacia Siria (385), visitó a san Epifanio en la isla de Chipre y se reunió con Jerónimo en Antioquía. Después, a pesar de los rigores del invierno, recorrieron juntos Tierra Santa, descendieron a Egipto, se adentraron en el desierto de Nitria y lucharon por escapar de las delicias de la vida cenobítica para regresar a Palestina (386).
Finalmente se establecieron en Belén, y mientras Jerónimo emprendía la traducción latina de la Biblia, obra que dedicó a su amiga, Paula fundaba dos monasterios y se encerraba en el femenino, realizando los más humildes servicios cuando no volvía a sus antiguos estudios de griego y hebreo. Una vida tan plena fue coronada por una muerte dulce (26 de enero de 404). Le pregunté si sufría", relata Jerónimo, "y me respondió en griego que no veía más que calma y tranquilidad". Estas fueron sus últimas palabras; sus ojos se habían cerrado: no quedaba nada en la tierra digno de detener su mirada". San Jerónimo hizo excavar para ella una tumba en la roca y grabó en ella estas palabras: "Lo dejó todo para vivir pobremente en Belén junto a Tu cuna, oh Cristo".
Santa Eustoquia su hija, murió en 419, en el mismo convento.
Traducido del francés: La Vie des Saints illustrée pour chaque jour de l'année, Paris, Firmin Didot, 1887.