Ramillete espiritual:
El 26* de febrero
Santa Mectildis y su hermana Santa Gertrudis, condesas de Hackeborn y parientes cercanas del emperador Federico II, nacieron en Isèble, Alta Sajonia. Fue educada por las monjas benedictinas de Rédaresdorff o Rodersdorff, en la diócesis de Halberstad.
Desde su más tierna infancia, mostró una gran pureza, inocencia y desdén por las vanidades mundanas. De gran obediencia a sus superiores; siempre se la veía cumplir sus órdenes con tanta alegría como puntualidad. Su amor por la mortificación impresionaba a todos los que vivían con ella.
Mortificaba su cuerpo y, aunque era de complexión muy delicada, se prohibía a sí misma el consumo de carne y vino.
Su humildad la llevaba a evitar todo lo que pudiera parecer ostentación: incluso ponía tanto cuidado en ocultar sus virtudes como otros suelen poner en ocultar sus vicios.
No quería abandonar la soledad, y cuando tuvo edad para consagrarse a Dios con los votos, profesó en el monasterio de Rodersdorff. Algún tiempo después, fue enviada a Diessen, en Baviera, donde llegó a ser superiora del monasterio de ese nombre.
Pronto introdujo la práctica de las virtudes más sublimes. Convencida de que la perfección monástica no podía alcanzarse sin la exacta observancia de todas los puntos de la regla, exhortó a sus hermanas a cumplirla con prontitud y a anticiparse al tiempo fijado para cada ejercicio en lugar de permitirse el menor retraso por negligencia.
El monasterio de Ottilsteten o Edelstetin, en Suabia, había caído en una gran laxitud. Los obispos del lugar, deseando introducir allí la reforma, ordenaron a Mectildis que se retirara allí y se hiciera cargo de esta buena obra: pero la santa se valió de diversas razones para prescindir de ello; incluso recurrió a lágrimas y oraciones. Todo fue en vano; tuvo que obedecer. Se fue a su nueva comunidad y en poco tiempo restableció un espíritu de perfecta regularidad.
Nadie podía resistirse a la fuerza combinada de su dulzura y su ejemplo. Austera consigo misma, estaba llena de bondad hacia los demás. Sabía hacer amar la regla haciéndola observar y encontrar el justo equilibrio que consiste en considerar la debilidad humana sin ensanchar los caminos evangélicos.
Sus instrucciones iban siempre acompañadas de ese espíritu de caridad e insinuación que hace tan amable la virtud. Hizo observar a sus hermanas la más exacta clausura, y las mantuvo alejadas de todo contacto con la gente del mundo, preservándolas así de la disipación, cuyo efecto habitual es enfriar la caridad y apagar el fervor.
Su cama era, un poco de paja, su comida sin aliño, y sólo comía para sostener su cuerpo. Dividía su tiempo entre la oración, la lectura y el trabajo manual. Guardaba el más riguroso silencio. El espíritu de compunción que la animaba era una fuente continua de lágrimas para sus ojos. Nunca se creyó exenta de la regla, ni siquiera en la corte del emperador, donde se había visto obligada a acudir por asuntos de su monasterio. Cuando la enfermedad la obligaba a guardar cama, su mayor dolor era no poder asistir a la oración nocturna y a los oficios religiosos con las demás hermanas.
Murió en Diessen el 29 de marzo, poco después de 1300 y antes que su hermana Santa Gertrudis.
Traducido del francés: M. L'Abbé Jacquet, L'Année Chrétienne, La Vie d'un Saint pour chaque jour, Tome I, p. 409-410.
*En los años bisiestos, esta santa se celebra el 27 de febrero.