Ramillete espiritual:
El 26 de mayo
Mariana de Jesús Paredes y Flores nació en Quito (Ecuador) el 31 de octubre de 1618, de familia cristiana y honorable. Desde sus más tiernos años, fue asidua su oración, su amor al Crucificado, su devoción a la Inmaculada y su entrega a la mortificación corporal.
Previa la autorización de su director espiritual, hizo voto de pobreza, castidad y obediencia, citando apenas cumplía diez años, y los guardó esmeradamente hasta su muerte. Alentada por la historia de los misioneros, tomó la resolución de marcharse entre los indígenas, para consagrarse a su evangelización. La Providencia, por una circunstancia humanamente inexplicable, le impidió la actuación de su proyecto. Fue entonces cuando resolvió reducirse a la intimidad de su casa paterna, en donde vivió un género de vida más riguroso que el del claustro. En el austero retiro, en medio de voluntarias privaciones, pasó el resto de su vida sin salir de allí, a no ser cuando se lo exigían el amor de Dios o de su prójimo.
Ofrecía sus sacrificios por la conversión de los pecadores. Gozó del don de curaciones, predijo con exactitud muchos acontecimientos y discernía con claridad lo íntimo de los espíritus. Admirable por sus milagros y por el ejercicio esmerado de la ley divina, es Mariana un claro ejemplo de virtud para los cristianos de América Latina. El último ejemplo de su vida no deja ninguna duda de su santidad: mientras una terrible peste azotaba la ciudad, Mariana ofreció su vida a cambio de la salvación de Quito. Pocos días después, agobiada por dolorosa y repentina enfermedad voló al cielo a la edad de 26 años.
En 1853 Pío IX la colocó en el número de los beatos, con el expresivo título de Azucena de Quito. Pío XII, el día 9 de junio de 1950, la declaró santa de la Iglesia universal, proponiéndola a los fieles, especialmente a la juventud, como modelo de inocencia y penitencia.