Vida de los Santos
nuestros modelos y patrones

Ramillete espiritual:

El 2 de junio

Santa María de la Encarnación
Santa María de la Encarnación

Santa María de la Encarnación
Viuda, Ursulina
(1599-1672)

Maria Guayar-Martín, cuarta de siete hermanos, nació en Tours, Francia. Cuando era muy pequeña, tuvo un sueño que la conmovió profundamente. Tenía unos siete años. Una noche, mientras dormía, me pareció estar en el patio de una escuela... De repente, el cielo se abrió y de él salió Nuestro Señor, ¡que venía hacia mí! Cuando Jesús se acercó de mí, extendí los brazos para abrazarle... Y Jesús me abrazó cariñosamente y me dijo: "¿Quieres ser Mía? -- Sí, le respondí...". Este "sí", clave de toda su vida, se repetiría una y otra vez, tanto en los momentos de alegría como en la adversidad.

A los 18 años, sus padres la consideran lista para el matrimonio. María obedeció y se casó con Claudio Martín, un maestro sedero. En 1619, dio a luz a un hijo que se convertiría en Dom Claudio Martín. Seis meses más tarde, el Señor la marcó con la cruz de la viudez y sus consecuencias. Para ese entonces, María de la Encarnación se siente fuertemente atraída hacia la vida religiosa, pero reconoce que aún no ha llegado la hora de Dios.

Siguieron varios años muy difíciles. Al servicio de su hermana, María de la Encarnación se convirtió en la esclava de los criados de la casa. En esta penosa situación, la Beata llevó la humildad, la caridad, la paciencia y el olvido de sí misma hasta el heroísmo. En medio de sus más intensas ocupaciones, mantuvo constantemente la presencia de Dios.

A los veintiún años, aunque viviendo en el mundo, hizo los votos de castidad, pobreza y obediencia. En 1625, Dios la agració con una visión de la Santísima Trinidad.

A los treinta y un años, la llamada de Dios a dejarlo todo resuena en el alma de la señora Martín. El 25 de enero de 1631, deja a su anciano padre y, superando el dolor maternal de su corazón, confía su hijo, que aún no tiene doce años, al cuidado de su hermana. Este desprendimiento absoluto, que la convierte en modelo para los padres, fue uno de los actos más heroicos y sublimes de la vida de la Beata María de la Encarnación. «Dios lo quiere, hijo mío -dijo la valiente madre-, y si le amamos, debemos quererlo también nosotros. Es a Él a quien corresponde mandar, y a nosotros obedecer». Con el corazón destrozado, ingresó finalmente en el noviciado de las Ursulinas de Tours.

Ocho años más tarde, a la edad de 40 años, Maria de la Encarnación se embarca de Dieppe con algunas compañeras rumbo a Canadá. Fue una de las primeras monjas en llegar a América. En aquella época, semejante aventura misionera se consideraba una innovación. El heroísmo era la norma para estas pioneras de la Iglesia de Nueva Francia, que combinaban la vida de clausura con la vida misionera. «Vemos aquí una especie de necesidad de hacerse santo», escribió Maria de la Encarnación. O mueres o das tu consentimiento".

Aunque tenía más de cuarenta años, estudió las dificilísimas lenguas indígenas y escribió un diccionario algonquino-francés, así como un diccionario y un catecismo iroqués. Su trabajo favorito era enseñar a las niñas indígenas, a las que llamaba «las delicias de su corazón» y «las joyas más hermosas de su corona».

Las enfermedades, humillaciones y persecuciones sufridas incluso por personas de bien, los largos sufrimientos interiores y las cruces de todo tipo que abundaron en la vida de la Beata, demostraron vivamente el espíritu de santidad que reinaba en esta alma totalmente entregada al amor divino. Aunque guiada por el Espíritu Santo a las más altas cumbres de la contemplación, María de la Encarnación nunca dejó de ser una extraordinaria mujer de acción, dotada de un sentido práctico sin igual.

Entregó su hermosa alma a Dios a la edad de 72 años. A través de las diversas vocaciones que la divina Providencia le reservó sucesivamente, esta alma admirable se presenta como un modelo para esposos, padres, apóstoles laicos y religiosos. Apodada con razón la Teresa de Nueva Francia, María de la Encarnación es una de las mayores glorias nacionales de Canadá y una verdadera Madre de la Patria.

Con el decreto de la heroicidad de las virtudes, promulgado el 19 de julio de 1911, el santo Papa Pío X justificó y confirmó la fama de santidad de la que ya gozaba en el momento de su muerte. El 24 de junio de 1976, Gregorio XVII añadió a la ilustre María de la Encarnación a la lista de los beatos.

Traducción del Francés, ODM y de la revista bimestral Universo, julio-agosto 1980, nº. 4, p. 6.