Ramillete espiritual:
El 17 de octubre
Jesús vino al mundo para salvarnos y el amor que Él tiene a cada uno de los hombres es lo más maravilloso que podemos imaginar. Esta verdad no la predicaban así los jansenistas de los días que aparece en Francia esta maravilla de niña, que luchará desde su retiro de Paray-le-Monial con todas sus fuerzas para demostrar que esto es verdad, que la misericordia de Dios es infinita y que Dios es rico en misericordia.
Nació el 22 de julio de 1647 en la ciudad de Lhautecaur donde su padre Claudio desempeñaba el cargo de notario real. Será la quinta de sus hermanos. Quizá sus padres no pensaron al imponerle el nombre que verdaderamente aquel regalo de Dios sería una «preciosa Margarita para Jesús».
Su niñez fue angelical. A los cuatro añitos fue llevada al castillo de Corcheval donde vivía su madrina Margarita de Saint Amour. Su madrina era profundamente piadosa. A la entrada del castillo estaba la capilla siempre dispuesta para poder ser visitada. Allí pasaba largos ratos de rodillas ante el Santísimo Sacramento y ante el altar de la Virgen María la pequeñina Margarita. Cuando ya sea mayor dirá ella misma: «Toda mi inclinación ya durante estos tiernos años era esconderme en el bosque para estar sola y poder rezar».
En el castillo había dos damas que eran muy diferentes: Una, buen temperamento, cariñosa, amable... pero no vivía bien la fe. Los demás no lo sabían. Margarita huía de ella. La otra era arisca, poco cariñosa, siempre de mal genio y con ésta trataba bastante la niña. Después se supo que ésta era una buena cristiana. La pequeñina tenía buen olfato para conocer las personas.
Muerta su madrina volvió al hogar paterno. Poco después moría su padre. Su madre la quería muchísimo y trataba de educarla lo mejor posible, pero en su casa no era ella la que mandaba y esto le hacía mucho sufrir a la pequeña Margarita que se daba cuenta de todo. Cayó enferma su madre y pidió con todas sus fuerzas al Señor que la curara de aquella enfermedad. Ella se consagraría a Dios si su madre curaba. Repentinamente se sintió curada de todos sus males.
El amor tan profundo y único que sentía por su madre debía ahora quedar relegado a un segundo plano ya que el Señor la llamaba de modo cada día más claro a seguirle en la vida de total consagración, en la vida religiosa. Tuvo que luchar con fuerza ya que los atractivos del mundo, un lisonjero matrimonio, sus familiares... todo le hacía reflexionar sobre el paso que estaba decidida a dar. ¿Será ésta la voluntad de Dios? Por fin, viéndolo todo claro y después de haberlo consultado bien, a sus 22 años, el 25 de mayo de 1671, al visitar a las religiosas de la Visitación de Paray-le-Monial, oyó una voz que le dijo: «Aquí es donde yo te quiero». María que le había prometido ayudarla en su enfermedad la había traído a su Casa, a las «Hijas de Santa María».
Desde su ingreso en el Noviciado una cosa tuvo bien clara: Su entrega total al Divino Corazón de Jesús tratando de crecer cada día más y más en el amor hacia Él y hacia la Cruz. El Señor la eligió para ser la «pregonera» de su Corazón Sacratísimo. Vistió el hábito el 25 de agosto de 1671. Se entregó de lleno también al amor hacia la Virgen María y ésta la colmó de sus gracias sobrenaturales. El Sagrado Corazón se le apareció en muchas ocasiones. Famosa fue la del 16 de junio de 1675, domingo infraoctava del Corpus. Le hizo las doce conocidas promesas en favor de los que fueran devotos de su Sagrado Corazón. Este fue «su Gran Encuentro». Entonces ella exclamó como Santo Tomás: «Señor mío y Dios mío». El 17 de octubre de 1690 siente el peso de la Pasión del Señor. Se inmola para siempre. Tenía 43 años. Era una Santa.