Ramillete espiritual:
El 13 de diciembre
Lucía significa "luminosa", "llena de luz", y por ello en algunas partes se representa a nuestra Santa de hoy, con una lámpara encendida en la mano, como haciendo coro a esas vírgenes prudentes de las que habla el Evangelio. La pintan con una especie de plato llevando sus propios ojos en él. La jovencita había consagrado su virginidad a Jesucristo. Un joven le dijo que los tenía muy bellos los ojos y se los sacó para quedarse fiel a su divino Esposo. Nuestra Santa puede ser invocada como la abogada de la buena vista, ya que supo distinguir muy bien dónde estaba el oro y dónde el oropel. Es decir, la verdadera fe en Jesucristo la guió siempre por el verdadero camino hasta la meta, a pesar de las tinieblas de la noche del pecado que intentaron desviarla.
Dante en la Divina Comedia colocó a Santa Lucía al lado del Precursor, en uno de los puestos más avanzados del Paraíso. En el antiguo Canon de la Misa se la nombra junto con sus compañeras y famosas mártires: Inés, Cecilia, Anastasia, Perpetua, Felicidad y su compatriota Agueda.
Desde la antigüedad gozó de una gran fama en Roma y en todo el mundo cristiano. Sólo en la Ciudad Eterna llegó a haber veinte iglesias dedicadas a esta Santa. En Siracusa -célebre ciudad siciliana- gozó siempre de una gran popularidad y los poetas y santos cantaron sus gestas. En una inscripción del siglo IV, encontrada a finales del siglo pasado en una de las Catacumbas más célebres de Siracusa, la de San Juan, se puede leer esta lápida: " - Euskia, la irreprochable, vivió santa y pura alrededor de quince años; murió en la fiesta de mi Santa Lucía, la cual no puede ser alabada como se merece".
Lucía era huérfana de padre, y su madre tenía puestos los ojos en ella pensando en darle un buen porvenir con un ventajoso matrimonio. Lucía había hecho voto de virginidad. De momento Lucía no dijo nada a su madre, Eutiquia, pero pensó para sí: "Yo también seré como Agueda y otras mártires que se consagraron a Jesucristo para siempre. Si llega la hora, también seré mártir por Él". Pero vino a decir como el Profeta: "Mi secreto para mí". A nadie reveló su promesa o voto.
Sin saber cómo, su buena madre quedó presa de una enfermedad que parecía incurable. Lucía no la dejaba ni de noche ni de día. La trataba con filial afecto. Se enteró Lucía de que cerca de allí, en Catania, obraba muchos prodigios el sepulcro de la mártir Santa Agueda y convenció a su madre para que fueran allí a pedir su curación a la mártir catenense. La gracia fue doble: curación material de la enfermedad de su madre y curación espiritual de la ceguera que tenía Eutiquia sobre el matrimonio de su hija Lucía. Dijo la madre: "Perdóname, hija querida, veo ahora lo engañada que estaba con tu falso porvenir. Daremos todo cuanto tenemos y nos entregaremos al servicio del Señor".
Al enterarse de su negativa, su mismo prometido fue quien la acusó ante el pretor de que era cristiana. La llevaron ante él y quiso hacerla desistir pero no sabía con quién trataba. A ello contestó intrépida Lucía: "No tengo miedo a vuestras amenazas. Soy de Jesucristo y como le pertenezco, El sabrá defenderme y me dará fuerzas para poder resistir cuantos tormentos queráis descargar sobre mí. Soy templo vivo de Dios y no lo podréis profanar". Y así fue. La martirizaron cruelmente. La cubrieron con pez y resina. Pascasio intentó profanarla, pero no lo pudo conseguir. Por fin, con una espada cortaron su cuello virginal. Era el 13 de Diciembre del año 300.
El Santo de cada día, Apostolado Mariano