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El 8 de julio

Santa Isabel de Portugal
Santa Isabel de Portugal

Santa Isabel de Portugal
Reina
(1271-1336)

Santa Isabel de Portugal - así llamada por haber sido reina de este país - nació en Zaragoza, en el hermoso palacio de la Aljafería. Era hija de Pedro III el Grande, nieta de Jaime el Conquistador y sobrina nieta de Santa Isabel de Hungría. Desde niña fue muy inclinada a la piedad y más atenta a las virtudes de su tía abuela que a las hazañas de su padre y abuelo.

Pronto empiezan a llegar embajadas pidiendo la mano de Isabel. Príncipes lejanos han sido deslumbrados por su belleza y también por el poder de la casa de Aragón. Su padre se decide por el joven rey de Portugal, don Dionís. A Isabel parece que no le entusiasma el matrimonio. Además es casi una niña que tiene apenas doce años, pero algo sabe ya de intrigas cortesanas. Isabel se deja llevar. Sale de Zaragoza y llega a Braganza.

Isabel llenó la corte portuguesa con el suave perfume de sus virtudes. Todos resaltan la dulzura de su trato, la gracia de su sonrisa, su admirable vida de piedad y su generosidad con los necesitados.

En medio de su palacio, Isabel vivía con el fervor de una monja. Oía Misa y rezaba el breviario. Ayunaba y pasaba muchas noches en oración. Disfrutaba sobremanera ayudando a los pobres. Por ellos se deshacía de sus mismas joyas. ¡Madre, madre!, clamaban los mendigos apenas la veían.

Su amor a los pobres no disminuía el amor a su marido. Le ayudaba en sus empresas, le acompañaba por los pueblos y con su dulzura lograba que dominase sus arrebatos y que triunfasen en él los nobles sentimientos.

Don Dionís amaba a su mujer, pero era débil y enamoradizo. Era trovador y galanteador. A veces los cortesanos le acusaban ante la reina de sus infidelidades. Isabel callaba. Se refugiaba en la capilla y rezaba. Se entretenía con el huso y la rueca preparando ropas para los pobres.

Su heroica resignación le llevaba hasta preocuparse de los bastardos de su marido. Esto exasperaba a los hijos legítimos. El mayor no lo podía tolerar. Discutía con su madre que le pedía paciencia y esperar.

Hasta que un día el hijo se declaró en rebelión contra su padre. Estalló la guerra civil. Isabel lloraba. Amaba a su hijo, pero se mantenía como fiel esposa. Era un alma llena de paz y la comunicaba a los demás. Había reconciliado a muchos enemigos, y ahora tenía que presenciar aquella guerra entre los dos hombres que más amaba en el mundo.

Cuando el padre y el hijo iban a entrar en batalla, Isabel tuvo una feliz inspiración. Se presentó en el campo de batalla montada en un caballo blanco y enarbolando un estandarte con el signo de la cruz. Este gesto les desconcertó. Padre e hijo se abrazaron y firmaron la paz.

Dos año más tarde se reanudaron las hostilidades. Isabel fue recluida en la fortaleza de Alamquer. Allí rezaba y sufría. Otra vez se presenta en la batalla y logra la reconciliación definitiva entre padre e hijo.

Los últimos años de su vida los pasó el rey recluido en palacio, acosado de grave depresión. Isabel le cuidó como la más fiel y amante de las esposas, sin apartarse un momento de su lado, consolándole y animándole.

El rey murió en 1325. Delante del cadáver Isabel se viste el hábito de la Tercera Orden de San Francisco y empieza una vida completamente consagrada a Dios, a los pobres y a los enfermos. Se hace peregrina, llega a Compostela, y ante el Apóstol deja todas sus insignias reales. Visita hospitales y mientras besa a los apestados va sembrando milagros. Madura ya para el cielo, exhala el último suspiro invocando a la Virgen María.