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El 13 de marzo

Santa Eufrasia
Santa Eufrasia

Santa Eufrasia
Virgen
(382-412)

Santa Eufrasia, más ilustre por su virtud que por su nobleza, nació en Constantinopla, hacia el 380, en tiempos del emperador Teodosio el Grande, con quien estaba emparentada. Sus padres, Antígono y Eufrasia, eran dechado de virtudes en la corte. Ofrecieron su hija a Dios, y luego vivieron en continencia para dedicarse con más desembarazo a la virtud.

Todo el esmero de la virtuosa madre fue la educación cristiana de su hija. Le hablaba del amor a Jesucristo, de la salvación eterna, del horror al pecado, del santo temor de Dios. La niña Eufrasia aprendió tan bien la lección que a la tierna edad de cinco años era la admiración de todos.

Perdió a los cinco años a su padre. El emperador la tomó bajo su tutela. Era tan agraciada que tuvo muchos pretendientes. El emperador firmó por ella un compromiso para cuando fuera mayor. También los tuvo su madre. viuda de veintidós años, tan admirada por su virtud como por su hermosura. Pero la madre, que ya había hecho voto de castidad, marchó a Egipto, con su hija, buscando un retiro para dedicarse a Dios el resto de su vida.

Encontraron en Egipto un convento de religiosas de perpetua clausura, de vida muy santa y de mucha austeridad, según el espíritu eliano. Allí acudían con frecuencia madre e hija para aprovecharse del ejemplo de sus virtudes y para cantar con ellas gozosamente las alabanzas del Señor.

La deliciosa niña, con una inteligencia superior a su edad, pues apenas tenía diez años, como inspirada por Dios, decidió quedarse en aquel convento para siempre. Se hincó de rodillas ante un Crucifijo, lo abrazó tiernamente, y exclamó: «Yo me consagro a Vos para siempre, dulce Jesús mío. No saldré de este convento, porque no quiero otro esposo que a Vos». Y escribe al emperador para romper el compromiso de matrimonio.

La madre, deshecha en lágrimas de alegría, al verla precoz generosidad de su hija, la abrazó con ternura, y ella misma ofreció también a Dios aquella inocente víctima. Poco después, la madre, debilitada por sus muchas austeridades, se durmió en el Señor. Ella y su esposo están canonizados.

Su hija la lloró con lágrimas de consuelo y esperanza. Y unida ya con más estrechos lazos al cielo que a la tierra, redobló sus fervores, aumentó sus penitencias, buscaba los oficios más humildes, servía a todas, y sería imposible describir el amor a Jesucristo de este serafín.

E1 demonio no podía dejar de combatir tan noble princesa de sangre y de espíritu. Pero su obedencia a la abadesa, su probada humildad y su plena confianza en Jesucristo, la ayudaron a salir siempre victoriosa. Apuntemos un ejemplo, digno de las Fioretti. La abadesa le manda trasladar unas enormes piedras. La dulce Eufrasia obedece humildemente. Las traslada sin dificultad. Al día siguiente le manda volverlas al lugar primero. Y así durante un mes, sin mostrar el menor signo de impaciencia.

Para más probar su virtud, permitió el Señor que fuera acosada por la envidia y celos de alguna religiosa, sobre todo por una que se llamaba Germania, que la trató de hipócrita y ambiciosa. La respuesta de nuestra dulce Eufrasia fue arrojarse a sus pies, y con la mayor humildad le pidió perdón, a la vez que le suplicaba por amor de Dios que rogase por ella.

El Señor se había prendado de su fiel esposa, y hacia el año 410, ocupando la silla de San Pedro el papa Inocencio I, cuando Eufrasia frisaba los treinta años de edad, coronó su vida santa con una preciosa muerte. Todo el mundo decía que había sido un ángel desterrado del cielo.

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