Ramillete espiritual:
El 18 de agosto
Nació Elena en una pobre casita de Deprano, en Nicomedia, bajo los poderes de los césares de Roma. Era pobre pero muy bella. Su juventud ciertamente que no fue entre flores y agasajos, ya que se veía obligada a limpiar la casa y a hacer la comida para sus padres y hermanos.
Elena era pagana, como paganos eran sus padres, pero adornaban su alma un cúmulo de virtudes que la predisponían a recibir cuando llegase la hora la gracia del Evangelio. Ella veía con ojos horripilantes aquellas persecuciones tan sangrientas contra los pobres cristianos solamente por no pertenecer a la religión romana. Eran buenos, sencillos, trabajadores, honrados, no se metían con nadie. "¿Por qué matarles?" -se preguntaba Elena-.
Cuando ya tenía unos veinte años floridos o poco más, aconteció que pasó cerca de ella el flamente general Constancio Cloro, que era de familia noble y muy querido del Emperador Maximino. Se enamoraron y se casaron. Fruto de aquel matrimonio nacía el 27 de febrero del 274 en Naissus -Dardania-, el futuro y gran general y Emperador Constantino. Todo iba bien hasta que el 1 de marzo de 293 hubo un gran cambio en la vida de Elena: Diecleciano y Maximino nombran como Césares de sus respectivos reinos a Galerio y a Constancio. A éste le obligan que para ello debe repudiar a Elena y casarse con la hijastra de Maximino. Como el poder y la arrogancia no tienen límites, esto hace Constancio. La pobre Elena queda sin amparo ya que hasta su mismo hijo, lo que más amaba en su vida, se lo lleva su padre para que le siga en las correrías militares.
La vida de Elena durante este tiempo es de meditación, de vida ejemplar y de obras de caridad aunque todavía no conoce la religión de Cristo.
El 25 de julio del 306 muere Constancio Cloro. Le acompaña su hijo Constantino. Eusebio de Cesarea cuenta el milagroso evento: Durante la batalla de Saxa Rubra, al atardecer, vio Constantino como una especie de "Lábaro", en el que había pintada una cruz de la que salían rayos de luz y un letrero que decía: "Con esta señal vencerás". Este portento lo vio todo el ejército junto con su general. Por la noche en sueños se le aparece a Constantino el mismo prodigio. Manda hacer este estandarte como se le había indicado. Da comienzo la batalla. Va a la cabeza el lábaro milagroso y... la victoria del 28 de octubre del 312 fue un hecho. Sobre el puente Milvio queda derrotado Majencio y entra como único emperador de Roma Constantino.
Santa Elena quizá cuando esto sucede ya era cristiana. Ella fue asimilando poco a poco las sublimidades de la fe cristiana y se abrazó de lleno a ellas y por ellas luchó con denuedo toda su vida. Su hijo, aunque mucho trabajó por la extensión de la fe cristiana y a él se debe el célebre Edicto de Milán del 313, por el que se permitía la religión cristiana, parece que sólo recibió el bautismo a la hora de la muerte.
A ella, a Santa Elena, se atribuye también la historia o leyenda de la Invención de la Santa Cruz. Tanto era el amor que sentía hacia Jesucristo que no podía sufrir que este instrumento de nuestra salvación permaneciera -todavía después de cuatro siglos- enterrado y no dignamente venerado por los cristianos. Y a sus cerca de setenta años se dirigió a Jerusalén para descubrir el paradero de la Santa Cruz. Y... su fe dio con ella al realizarse por medio de este bendito Leño el milagro de curar repentinamente a una mujer moribunda.
Realizados su deseos volvió a Roma al lado de su hijo y le ayudó a que éste diera su paso definitivo de hacerse cristiano. Santa Elena pasó santamente sus últimos días hasta que se durmió en el Señor por el año 329.