Vida de los Santos
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Ramillete espiritual:

El 6 de marzo

Santa Coleta
Santa Coleta
Imágen O.D.M.

Santa Coleta
Virgen, reformadora
(1380-1447)

Todas las instituciones humanas, por excelentes que sean, pueden degenerar fácilmente después de la muerte de sus fundadores o de sus sucesores inmediatos.

Para sobrevivir, tienen que conservar el primitivo ideal o bien someterse a una reforma para recuperarlo. Todas las órdenes religiosas han tenido altibajos, períodos de gran actividad y de eclipse. La obra principal de Santa Coleta fue precisamente la reforma de una de las familias religiosas más austeras: las clarisas. La influencia de la santa sobre su orden fue inmensa. Una de las ramas, la de las coletinas, le debe su nombre.

Coleta era hija de un humilde carpintero de la abadía de Corbie, en Picardía. Su nombre de bautismo era Nicoleta, pues sus padres eran muy devotos de San Nicolás de Mira. Coleta, como la llamaban todos, era muy hermosa y atractiva, pero su corta estatura preocupaba mucho a su padre. La joven pidió a Dios que la hiciese crecer y su oración fue escuchada. De joven, llevaba en su casa la vida de un ermitaño, entregada a la oración y al trabajo manual. Sus padres le dejaban en plena libertad, seguros de que la dirigía el Espíritu divino.

A pesar del retiro en que vivía la joven, su hermosura empezó a llamar la atención de todos. Viendo en esto un obstáculo para su vida espiritual, Coleta pidió a Dios que le quitase toda belleza. Se cuenta que su rostro se volvió tan pálido y delgado, que las gentes apenas podían reconocerla, pero la bondad y modestia de la santa, conservaron todo su encanto.

Tanto el padre como la madre de Coleta murieron cuando la joven tenía diecisiete años. La dejaron al cuidado del abad de Corbie. La santa pasó algún tiempo en el convento, distribuyó entre los pobres su reducida herencia e ingresó en la Tercera Orden de San Francisco. El abad de Corbie le cedió una pequeña ermita, junto a la iglesia. La fama de la austeridad de Coleta se extendió y las gentes acudían para encomendarse a sus oraciones y pedirle consejo, hasta que Coleta decidió no recibir más visitas y, durante tres años, vivió en absoluto silencio.

Sin duda que, durante ese período, Coleta reflexionó mucho sobre el estado de su orden y habló de ello con su confesor, Fray Enrique de Baume, pues éste soñó que Coleta tenía entre las manos un ramo de hojas de vid sin ningún fruto, pero los racimos aparecieron en cuanto la santa arrancó algunas hojas. También Coleta tuvo varias visiones, en una de las cuales el mismo San Francisco se le apareció y le mandó que restableciese entre las clarisas la primitiva observancia.

Coleta se sentía sin valor suficiente para ello; pero recibió una señal del cielo, pues durante tres días estuvo sorda y durante otros tres estuvo ciega. Alentada por su director, abandonó su retiro en 1406 y fue a exponer su misión en uno o dos conventos; pero pronto comprendió que para tener éxito necesitaba poseer autoridad.

Descalza y vestida con un pobre hábito, Coleta partió a Niza a ver a Pedro de Luna, a quien el pueblo francés reconocía entonces como Papa con el nombre de Benedicto XIII. Este la recibió con mucho afecto, confirmó su profesión en la Orden de Santa Clara, la nombró superiora de todos los conventos de clarisas que reformase o fundase y llegó hasta extender su misión a la Orden de San Francisco. Por otra parte, nombró a Enrique de Baume asistente de la santa imponiéndose, sobre todo en Saboya, donde su reforma despertó mucha simpatía y después en orgoña, Francia, Flandes y España. El convento de las Clarisas Pobres de Besanҫon fue el primero que aceptó la reforma, en 1410. La fama de los milagros de la santa se extendió por todas partes. La duquesa de Borbón escribía: "Me muero de ganas de ver a esa Coleta de la que tanto se habla, que resucita a los muertos". El deseo de la duquesa se vio satisfecho y la santa ejerció una influencia enorme sobre la familia de Borbón. Según parece, aquella religiosa de humilde cuna impresionaba especialmente a los nobles de este mundo, como Blanca de Ginebra, la duquesa de Nevers, Amadeo II de Saboya, la princesa de Orange y el duque de Borgoña, Felipe el Bueno.

La vida de actividad exterior de Santa Coleta estaba sostenida por una vida interior de oración. La santa tuvo una visión de la Pasión y muerte de Cristo.

Meditaba la Pasión todos los viernes, de las seis de la mañana a las seis de la tarde, sin probar alimento ni bebida. En todas las épocas del año, pero particularmente en la Semana Santa, entraba frecuentemente en éxtasis durante la misa o sus oraciones en la celda. Una gran luz la rodeaba en esas ocasiones y en su rostro se reflejaba un resplendor celestial. Sobre todo, después de recibir la comunión era arrebatada en éxtasis, que duraban a veces varias horas.

En una de sus visiones apareció una multitud cuyos hombres y mujeres, numerosos como los copos de nieve en una tempestad, caían en el pecado. Desde entonces, oraba todos los días por la conversión de los pecadores y por las almas del purgatorio. Según se cuenta, murió pidiendo por ellos y por la Iglesia.

Su última enfermedad la sorprendió en Flandes, donde había fundado varios conventos. Predijo su muerte, recibió los últimos sacramentos y descansó en el Señor en el convento de Gante, a los sesenta y siete años de edad. Cuando el emperador José II suprimió algunos de los conventos de las clarisas en Gante, las religiosas trasladaron los restos de Santa Coleta al convento de Poligny, a cincuenta kilómetros de Besanҫon. La canonización tuvo lugar en 1807.

Vidas de los Santos de Butler, Edición completa en cuatro volúmenes, traducida y adaptada al español por Wifredo Guinea, S.J., México, 1965