Ramillete espiritual:
El 22 de marzo
Santa Catalina, nació en Siena el día de la fiesta de la Anunciación de 1347, era la más joven de los veinticinco hijos de Giacomo Benincasa, un pintor acomodado. Lapa, la madre de la santa, era hija de un poeta que ha caído en el olvido.
Cuando niña, Catalina era muy alegre. En ciertas ocasiones, al subir por la escalera, se arrodillaba en cada escalón para decir una Avemaria. A los seis años tuvo una extraordinaria experiencia mística, que definió prácticamente su vocación. Cristo había sonreído y bendecido a Catalina. A partir de ese instante, la muchacha se entregó enteramente a Cristo.
En vano se esforzó su madre, que no creía en la visión, por despertar en ella los intereses de los niños de su edad; lo único que interesaba a Catalina eran la oración y la soledad y sólo se reunía con los otros niños para hacerles participar en sus devociones.
A los doce años de edad, sus padres trataron de que empezase a preocuparse un poco más de su apariencia exterior. Por dar gusto a su madre y a Buenaventura, Catalina arregló sus cabellos y se vistió a la moda durante algún tiempo, pero pronto se arrepintió de esa concesión. Hizo a un lado toda consideración humana y declaró abiertamente que no pensaba casarse nunca. Todos se burlaban de ella, de la mañana a la noche, le confiaban los trabajos más desagradables y, como sabían que amaba la soledad, no la dejaban sola un momento y le quitaron su antiguo cuartito. La santa soportó todo con invencible paciencia.
Finalmente, el padre de Catalina comprendió que era inútil toda oposición y le permitió llevar la vida a la que se sentía llamada. La joven dispuso nuevamente de su antiguo cuartito, no mayor que una celda, en el que se enclaustraba con las ventanas entreabiertas para orar y ayunar, tomar disciplinas y dormir sobre tablas. Con cierta dificultad, logró el permiso que había deseado tanto tiempo, de hacerse terciara en la Orden de Santo Domingo.
Después de su admisión, aumentó todavía las mortificaciones para estar a la altura del espíritu, entonces tan riguroso, de la regla. Aunque tuvo consolaciones y visiones celestiales, no le faltaron pruebas muy duras. El demonio producía en su imaginación formas horrendas o figuras muy atractivas y la tentaba de la manera más vil.
La santa atravesó por largos períodos de desolación, en los que Dios parecía haberla abandonado. Un día en que el Señor se le apareció al cabo de uno de aquellos períodos, Catalina exclamó: "Señor, ¿dónde estabas cuando me veía yo sujeta a tan horribles tentaciones?" Cristo le contestó: "Hija mía, yo estaba en tu corazón, para sostenerte con mi gracia." A continuación le dijo que, en adelante, permanecería con ella de un modo más sensible, porque el tiempo de la prueba se acercaba a su fin.
Fueron tan extraordinarias sus virtudes y tan excelentes sus dones celestiales, que no hay palabras" con que puedan explicarse. La trataba Jesucristo su ¡esposo tan familiarmente, que siempre estaba con ella. Le daba algunas veces la sagrada comunión de su cuerpo y sangre; una vez le dio a beber de su costado, y en otra maravillosa aparición le puso en su lado izquierdo su Corazón divino, dejándole en la misma parte una prodigiosa herida.
La colmó además con toda suerte de gracias y prodigios, y eran tantas las gentes que venían a verla y con sola su presencia se arrepentían, que el sumo pontífice dio al confesor de la virgen y a dos compañeros suyos amplia facultad de absolver a los que luego se querían confesar: y por ser tan grande la fama de sus virtudes,. Gregorio XI y Urbana VI, se sirvieron de ella en asuntos de grande importancia para la cristiandad, y la enviaron por embajadora suya.
Finalmente a la edad de treinta y tres años murió diciendo aquellas palabras de Jesucristo: Señor, encomiendo mi espíritu.
Reflexión : Un día se apareció Jesucristo a esta santa llevando dos coronas en las manos, una de oro finísimo y otra de espinas y le dijo que escogiese cual quería. «¡Señor! respondió ella, yo quiero en esta vida la que escogisteis para Vos» y diciendo esto tomó la de espinas y se la puso tan apretadamente en su cabeza, que luego sintió grandes dolores. Por esta causa se representa la imagen de santa Catalina de Sena coronada de espinas.
Imitémosla nosotros, llevando siquiera con paciencia los trabajos que nos envía el Señor y las cruces con que se digna probar nuestra fidelidad. Si el divino Redentor se te apareciese, y te ofreciese la cruz de esos trabajos que padeces, ¿no la abrazarías con mil acciones de gracias? Pues entiende que es voluntad suya que la lleves siquiera con paciencia y resignación, para que asemejándote en algo a tu soberano modelo crucificado, puedas después gozar con El en la gloria.
(Resumen ODM) Vidas de los Santos de Butler, Edición completa en cuatro volúmenes, traducida y adaptada al español por Wifredo Guinea, S.J., México, 1965