Ramillete espiritual:
El 16 de agosto
Aunque nació en Montpellier por el 1290, puede decirse que era aragonés porque esta ciudad pertenecía a los dominios del rey de Aragón, Jaime II. Su padre Juan, era el gobernador de la ciudad y su madre Libera, era una dama de la más alta alcurnia y adornada de las más envidiables cualidades. Pero una pena les afligía: No tenían hijos. Mientras oraba un día Libera se le manifestó el Señor y le dijo: "Confía, hija, tendrás un hijo que será la alegría de toda la familia y llevará mi nombre y mi amor a todas partes... Todos acudirán a él"...
Desde muy joven comenzó a macerar su cuerpo con ayunos y penitencias, y hacer guerra a sus gustos y apetitos. Antes de los veinte años perdió a su padre y a su buena madre. Quedó huérfano de todos menos de Dios. Para que su corazón quedase todavía más desligado de todas aquellas ataduras del mundo, entregó todos sus riquezas a los pobres y se puso en camino para seguir a Jesucristo. Estaba entonces de moda el visitar los Sagrados Lugares: Palestina, Santiago de Compostela, Roma... Y a esta última se propuso nuestro joven dirigirse para, allí, entregarse a la oración, al sacrificio y a la caridad. El quería visitar los sagrados sepulcros de los Apóstoles San Pedro y San Pablo y postrarse ante ellos para pedirles luz en el camino de la vida que debía recorrer. Pero antes de llegar a Roma le esperaba una sorpresa.
Al pasar por lo ciudad de Aquapendente encontró algo inesperado: La peste diezmaba la ciudad. Eran muchos los miles de hermanos apestados que morían cada día por aquellos contornos. Apenas se podía transitar por las calles, por los apestados que las llenaban. Para paliar un poco tanto mal se había instalado un hospital en la ciudad y a él se dirigió Roque suplicando al director del mismo que le aceptase para curar a los apestados. "- No, no, en tu porte se ve que eres un joven rico y delicado. No podrás resistir tanta miseria como hay aquí. Si te admitimos pronto caerás presa del mismo mal". "- Por caridad, admítame. Soy fuerte y podré resistir a la enfermedad y cargaré con los enfermos y los cuidaré con amor de hermano".
Pronto los enfermos encontraron "un ángel que ha bajado del cielo" como decían unos a otros. Nunca habían visto a un joven tan entregado y caritativo. Iba en busca de los más apestados, de los que todos huían. Les cuidaba, los mimaba, les daba de comer, limpiaba sus llagas asquerosas, y haciéndole la señal de la cruz los sanaba milagrosamente a todos.
Los mismos milagros obró igualmente en Roma Cesena, Placencia y otras ciudades de Italia. Mas para que él no se desvaneciese con tantas maravillas de la virtud de Dios, y para que acrecentase su corona con la paciencia, le dio una recia y aguda calentura, y permitió el Señor que fuese herido en el muslo. Pasó este trabajo san Roque con entera resignación y alegría, retirado en un lugar desierto, donde la providencia de Dios ordenó que un perro le trajese cada día de la mesa de su amo un pedazo de pan con que se pudiese sustentar.
Finalmente volvió a Montpellier su patria, y la halló muy alterada por la guerra, y como le tomasen por espía, echaron mano de él, y lo pusieron en la cárcel por orden de su mismo tío, a quien el santo ni quiso darse a conocer, por ser maltratado y padecer por amor del Señor. Cinco años estuvo allí desconocido de todos, hasta que entendiendo que se llegaba el fin de su peregrinación, se armó con los santos Sacramentos, y entregó su espíritu al Creador, siendo de edad de treinta y dos años. En su muerte tocaron alegremente por sí mismas las campanas, y se halló junto a su cuerpo una tabla en que estaba escrito el nombre del santo, y la vida que había llevado y el favor que alcanzaría del Señor a los que heridos de pestilencia implorasen con viva fe su patrocinio. Llevaron su sagrado cadáver con gran pompa a la iglesia y le sepultaron honoríficamente, y su tío, que era hombre rico y principal, le edificó un magnífico templo en el cual y en muchas partes Dios obró por san Roque muchos milagros.
El Santo de cada día, Apostolado Mariano; P. Francisco de Paula Morell, s.j., Flos Sanctorum de la familia cristiana, Buenos Aires, Libreria editorial Santa Catalina, 1949.