Vida de los Santos
nuestros modelos y patrones

Ramillete espiritual:

El 19 de octubre

San Pedro de Alcántara
San Pedro de Alcántara

San Pedro de Alcántara
Presbítero
(1496-1562)

De este gran santo, todo penitencia para su cuerpo y suavidad para los demás, escribió la gran Doctora de la Iglesia Santa Teresa de Jesús: «Después de muerto... díjome la primera vez que me apareció que ¡bienaventurada penitencia, que tanto premio había merecido! y otras muchas cosas. Un año antes que muriese me apareció estando ausente, y supe que había de morir y se lo avisé, estando algunas leguas de aquí. Cuando expiró, me apareció, y dijo como que se iba a descansar. Yo no le creí; y díjelo a algunas personas, y desde ocho a diez días vino la nueva como era muerto, o comenzado a vivir, por mejor decir» ....

Nació el 1494, en la Extremadura Alta, en la villa de Alcántara, de nobles padres: D. Pedro Garavito, gobernador, y Dña. María Vilela de Sanabria.

Recibió una esmerada educación y pronto empezó a llamar la atención por sus dotes nada comunes tanto de cuerpo: gracioso, bien parecido, fuerte, elegante, como, sobre todo, de inteligencia y de bondad de corazón: inteligencia aguda y penetrante, memoria tenaz -dicen que se sabía la Biblia de memoria.- Un día vio pasar por su puerta unos franciscanos con los pies descalzos y sin permiso alguno, tenía sólo diecinueve años, marchó tras ellos y pidió ser recibido en el convento como religioso. Era en el convento de Majarretes, cerca de Valencia de Alcántara, el 1515.

Por aquellos días se establecía la reforma de los franciscanos descalzos. A ellos pertenecerá nuestro novicio. Llamó siempre la atención ya que la gracia de Dios le asistió de un modo especial. Dicen que a los siete años ya gozaba de la contemplación más exquisita. Durante su tiempo de estudiante los compañeros cambiaban de conversación -si no era lo suficientemente pura- cuando veían venir a Pedro, y, decían: «Callad, que viene el de Alcántara».

En el noviciado fue todo un modelo. Los superiores se vieron forzados a mitigar su mortificación pues por él no hubiera probado bocado y hubiera estado todo el día macerando su pobre cuerpo. Desde siempre sólo pretendió ser copia de Cristo. Dicen las Crónicas que parecía otro San Francisco, como si hubiera resucitado el Poverello de Asís.

Sentía una gran devoción a los misterios de la Santísima Trinidad y a la Virgen María, especialmente en su Concepción Inmaculada. Trataba de que siempre estuvieran bien adornados sus altares y la obsequiaba con rezos especiales.

Lo que más llamaba la atención de cuantos le trataban eran las duras penitencias con que azotaba su cuerpo. No miraba a nadie a la cara mientras le hablaba. No sabía de qué clase era el artesonado de las habitaciones que habitaba. Llevaba durísimos instrumentos de penitencia en su cuerpo que le martirizaban sin cesar. Santa Teresa fue la gran cantora de estas durísimas mortificaciones, como nos lo ha dejado en sus obras inmortales: En el capítulo 27 de su Autobiografía nos cuenta la Doctora la gran pobreza, la punzante austeridad y la maravillosa dulzura que despedía la vida y obras de Pedro de Alcántara: «Paréceme fueron cuarenta años los que me dijo había dormido sólo hora y media entre noche y día... Jamás se puso la capilla por grandes que fueran los soles y agua que hiciese... Comer al tercer día era muy ordinario... Su pobreza era extrema... Con toda esta santidad era muy afable, aunque de pocas palabras...».

Dios confirmó este género de vida con muchos milagros que obraba por medio de su fiel servidor. Su gran misión fue también la de reformador de su Orden franciscana y gran colaborador en la reforma de otras órdenes de su tiempo. Estaba imbuido del genuino espíritu franciscano y lo supo comunicar en su reforma. Deshecho por tanta penitencia, moría el 18 de octubre de 1562.