Vida de los Santos
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Ramillete espiritual:

El 17 de marzo

San Patricio
San Patricio

San Patricio
Obispo
(373-464)

San Patricio nació en Escocia. Era un adolescente cuando unos piratas lo secuestraron y lo vendieron en Irlanda. Llevó una vida de esclavo. Su amo, sacerdote de los ídolos, druida poderoso, lo tuvo como pastor.

El pensamiento de Dios y la oración lo mantenían: «De sol a sol yo decía más de cien oraciones y otras tantas por la noche. Cuando clareaba la aurora ya estaba yo rezando en los bosques y en las montañas, sin que me lo impidiesen la nieve o la lluvia, porque el espíritu hervía dentro de mí».

Una noche huyó y se embarcó hacia Francia. Después llega a Roma, es ordenado sacerdote, y el papa Celestino I, después de ser consagrado obispo, le encarga la evangelización de Irlanda. Llega a Inglaterra con San Gregorio y parte para Irlanda. En sus sueños, creía ver a los hijos de los paganos irlandeses extendiendo a él sus brazos y diciendo con voz angustiosa: «Ven a nosotros, discípulo de Cristo, a traernos la salvación».

Los principios fueron muy difíciles. Él se sentía fuerte con la ayuda de Dios y no le importaban los riesgos. Supo que en Tara había una importante reunión, presidida por el rey Loeghoire. Allí se presenta - era una situación muy arriesgada por la oposición de los druidas- y se pone a predicar. Dios le da fuerzas. Los reyes, los druidas y los bardos se convierten, y con ellos, todo el pueblo. Pronto Irlanda será la isla de los Santos.

Patricio recorría montes y valles, con el arpa en una mano y la cruz en la otra. Organiza parroquias, ordena sacerdotes, crea escuelas. No le faltan persecuciones de parte de los sacerdotes idólatras. Más de cien veces le cogieron preso, pero él seguía intrépido predicando. La dulzura y la moderación era el talismán que obraba tantas conversiones.

La vida de Patricio está entretejida de hermosas leyendas, muy arraigadas en el alma irlandesa. Al desembarcar había recibido de un ermitaño «el báculo de Jesús» con el que obraría maravillas. Él no venía a suprimir tradiciones, sino a purificarlas e impregnarlas de cristianismo. Sabe conectar con la casta hereditaria y sacerdotal de los bardos. Los discípulos más fieles de Patricio cantarán también a los antiguos héroes.

Ossián, el Homero de Irlanda, estaba ya ganado por el amor de Cristo, pero sentía pena de renunciar a lo que siempre había cantado. «Canta, poeta, le dijo Patricio, repite las historias de Finn y de Sigur, pero adora al Verbo, que les dio el amor de la justicia y de la gloria».

La verdad cristiana había traído la reconciliación entre la poesía y la fe. En adelante, la poesía céltica será acogida en las iglesias, y los futuros bardos serán sus alumnos, los monjes de sus monasterios.

Patricio, acogedor de los poetas, será inflexible con los tiranos. Un escocés llegó un día con sus huestes a las costas de Irlanda. Robó y se llevó muchos prisioneros. Patricio, que había sufrido la esclavitud, que conocía la historia de Brígida, la bella virgen hija de un bardo, a la que él había bautizado, y que era una de las doncellas secuestradas, protestó enérgicamente. Así le apostrofa: «Venís a engordar con la sangre de los cristianos inocentes, que yo he engendrado para mi Dios». Le urge a que devuelva sin tardanza a los secuestrados. Luego le predice castigos que le llegarán sin remisión, si no obra con humanidad, moderación y justicia.

Treinta y tres años duró la misión de Patricio. Sin violencias, sin efusión de sangre, había logrado conquistar una nación entera para Dios, una nación que sigue fiel a su fe. Ya podía ir a descansar el siervo bueno y fiel.