Ramillete espiritual:
El 10 de septiembre
Es preciosa la vida de este gran santo agustino. Las crónicas de su tiempo le pintan encarnando en sí a dos hombres o naturalezas: al apostólico y lleno de celo por el bien de sus hermanos y al entregado a la soledad y maceración de su cuerpo en un vida de total oración. Ambos caminos los supo recorrer y lo hizo bien.
De sus padres dice el Proceso de Beatificación: "Eran personas de mucha fe bien vivida y buenos cristianos y frecuentaban las prácticas de piedad... De ellos se decía comúnmente que eran buenas personas, que se abstenían de hacer el mal y obraban el bien". Y el mismo hijo, nuestro Nicolás, nos presta este hermoso testimonio: "Mi padre y mi madre me dijeron en muchas ocasiones que, a pesar de no ser personas ni de talento ni ricas en medios económicos, deseaban hijos y para ello hicieron votos a San Nicolás de Bari que si el Señor les daba prole por su intercesión la consagrarían a la vida religiosa igual que fuese hijo que hija. Hecho el voto, fueron peregrinos a Bari para alcanzar cuanto le habían pedido. Al volver mi madre, me dio a luz como ella me refirió. Pero ya está bien, tú no quieras saber más y a nadie cuentes cuanto te he dicho".
¿Cómo vivió su niñez este niño así, milagrosamente obtenido? Es otro testigo quien nos cuenta: "Era muy devoto y frecuentaba todas las funciones religiosas a pesar de su niñez. Conocía el espíritu de penitencia y hasta las tres de la tarde que volvía de la escuela no probaba bocado. Nunca se le veía quedarse por la calle para jugar con los otros niños. Era el limosnero de la familia Gurutti y distribuía con gran caridad y piedad cuanta limosna pedía, especialmente a los niños pobres. Era voz común en Castel Sant' Angelo que Nicolás era santo y llamado a escalar una gran santidad".
Ya entonces recibió gracias especiales del Señor, como ya mayor y poco antes de morir revelará a otro religioso con gran sigilo: "Hermano mío, la inocencia de que hablamos se pierde con los años. En verdad, yo que soy un pecador, como tú bien conoces, en aquella inocente edad, asistiendo al sacrificio de la Misa, veía con estos mis ojos a un Niño todo vestido de blanco, lleno de resplandor que a la elevación de la Hostia, me decía: "Los inocentes y los buenos me son muy queridos". Con los años quedó privado de aquella visión.
Desde muy niño conoció a los ermitaños agustinos y dijo: "Yo también quiero hacerme agustino". Y aquel deseo de niño se convirtió en realidad cuando ya tuvo la edad necesaria. Quizá fue por el 1259-60 cuando nuestro joven se entregaba en profundidad a vivir la vida religiosa del noviciado agustino, tratando de asimilar la doctrina de su Santo Padre fundador y todas las prácticas de la vida religiosa...
Progresó en los estudios, se ordenó sacerdote y se entregó de lleno a toda clase de apostolados, sobre todo, al de la predicación y obras de caridad.
Los procesos de su Beatificación lo pintan así: Puro, modesto, sin ambición, tranquilo, amable, comunicativo, leal, humilde, discreto... Llevaba una vida de gran mortificación. Pasaba largas temporadas sin probar bocado y llenaba su cuerpo de cilicios.
Las conversiones que obraba y los prodigios que el Señor hacía por su medio corrían de boca en boca. Todos le tenían como santo mientras él se juzgaba por un gran pecador.
Recibió grandes consuelos de parte del Señor y de la Virgen a la que profesaba tierna devoción. Ella se le apareció pocos días antes de morir para anunciarle que se lo llevaría al cielo dentro de diez días. El 10 de septiembre del 1305, a los setenta años, diciendo "Me ofrezco en sacrificio de alabanza a Vos, Señor" expiró.