Ramillete espiritual:
El 9 de febrero
Cuando fray Miguel Febres Cordero era niño, todos lo llamaban "Panchito" y hasta le tenían lástima por su delicada salud y sus pies deformes que le impedían caminar bien. Pero el 21 de octubre de 1984, día de su canonización en la Plaza de San Pedro, en Roma, se convirtió en el gran santo de la historia de Ecuador: seguidor, hasta en la santidad, de Juan Bautista de La Salle, el fundador de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, Congregación a la que pertenecía Panchito.
El señor Francisco Febres Cordero Montoya, banquero y profesor de idiomas en el seminario de Cuenca (Ecuador), está profundamente entristecido el 7 de noviembre de 1854, cuando nace Miguel, hijo varón pero desgraciado, condenado por sus pies a una carrera secundaria en la vida. A los cinco años el pequeño Miguel todavía no ha dado los primeros pasos. Un día, observando un rosal en el patio interior de su casa, de repente le grita a la tía: "¡Ven a ver la hermosa señora que está sobre las rosas!". La tía acude y con ella otros familiares, pero nadie ve nada. Sin embargo, Panchito continúa diciendo: "¡Mira cómo es de hermosa! Tiene un vestido blanco y el manto azul. Me llama...". Los familiares quedan impresionados, pero casi se paralizan cuando ven que el niño se levanta y comienza a caminar. Está bien, se ha curado.
En 1861 el presidente ecuatoriano García Moreno, preocupado por el enorme analfabetismo de su país, después de muchas insistencias obtiene que diez Hermanos de las Escuelas Cristianas vayan de Francia a Ecuador a fundar las escuelas populares. Las primeras tres escuelas nacen en Quito, Guayaquil y Cuenca. Los comienzos son duros, los Hermanos viven y enseñan en edificios miserables. Pero los alumnos se multiplican; ende los de Cuenca está Panchito, que se distingue inmediatamente por su inteligencia y por su deseo de aprender. La enseñanza le encanta, permanece en la escuela fuera de horario u con frecuencia les da una mano a los Hermanos. Quisiera entrara formar parte de su obra, pero los familiares se oponen? demasiado pobre la vida de los Hermanos para quien, como él, pertenece a la alta sociedad. ¿Por qué, si tiene vocación religiosa, no sigue la carrera eclesiástica?
Miguel Febres Cordero obedece y entra al seminario. Sale a los tres meses con graves enfermedades debidas a la dificultad para ambientarse. Finalmente los padres ceden, y en la fiesta de la Anunciación de 1868 Miguel puede vestir el hábito de los lasallistas, convirtiéndose en el Hermano Miguel. Terminado el noviciado, pasa a Quito, entre otras cosas para evitar las presiones del padre que sigue insistiendo para llevárselo para su casa. Son años de trabajo intenso, preludio de una vida que no conocerá descanso, ni mucho menos tiempo libre. Tiempo completo para la enseñanza, con horarios agotadores, el trabajo catequístico y la ayuda a los cohermanos enfermos. Sin embargo, el flaco Panchito logra sacar algunas horas para estudiar idiomas (no sólo latín, sino también francés, italiano, inglés y alemán) y para escribir libros para las escuelas.
En tres años publica un centenar de textos escolares que tratan de religión y literatura, gramática y matemáticas. Aunque en varios casos se trata sólo de ediciones corregidas, el trabajo es increíble, si se tiene en cuenta que Miguel fundamentalmente es un autodidacta.
Como profesor es muy bueno, y logra hacerse querer. Cuando en 1890 se abre el grande instituto La Salle del Cebollar, que tiene un seminternado, es a él a quien se le confían los seminternos.
Le llueven los reconocimientos: la Academia Ecuatoriana de la Lengua, por ejemplo, que lo nombra entre sus diez especialistas, y hasta de Venezuela y de Francia. Pero la tarea más importante para el Hermano Miguel sigue siendo la catequesis. Durante 26 años prepara los alumnos a la Primera Comunión y organiza cursos de religión.
En 1907 lo llaman a Europa a preparar los textos escolares para los Hermanos de las Escuelas Cristianas que parten para América Latina. Primero va a Bélgica y luego, por su delicada salud, en busca de un clima más suave, pasa a España (a Premiá de Mar, cerca de Barcelona). Siguen siendo años de mucha actividad hasta la muerte por pulmonía. Era el 9 de febrero de 1910. Antes de morir, les dice a los cohermanos que rodean su lecho de muerte, entristecidos: "Otros trabajarán mejor que yo". Pronto se le comenzaron a atribuir gracias y milagros.