Ramillete espiritual:
El 6 de julio
San Juan Fisher, obispo, cardenal y mártir, nació en 1469, en Beverley, ciudad de la que otro santo, llamado también Juan, había tomado su nombre ocho siglos antes. El padre de Juan, modesto comerciante, murió cuando sus hijos eran todavía muy jóvenes. A los catorce años, Juan fue a estudiar en la Universidad de Cambridge. Se distinguió tanto en los estudios, que fue nombrado catedrático en el famoso colegio Michaelhouse, el cual, desde entonces, se unió al Trinity College. A los veintidós años obtuvo la dispensa de edad para ordenarse sacerdote. En 1502, ejerció el cargo de capellán de la madre del rey Margarita Beaufort, condesa de Richmond y Derby.
Como todas las otras personas que le conocían, Margarita Beaufort quedó impresionada de su saber y de su santidad. La madre del rey era una mujer muy inteligente, erudita y rica, que había vivido en un mundo de intrigas y políticas con los tres esposos que tuvo. Al quedar viuda por tercera vez, decidió consagrar el resto de su vida a Dios, bajo la dirección del P . Fisher.
Guiada por el santo, Margarita empleó sabiamente su fortuna. Entre otras cosas fundó en la Universidad de Cambridge los colegios de Cristo y de San Juan para sustituir a otros colegios antiguos que estaban en plena decadencia y estableció en la Universidad de Oxford una cátedra de teología.
Desgraciadamente, dicha Universidad olvidó con mayor facilidad lo que debe a Juan Fisher. Juan Fisher no sólo se ocupó de todos los asuntos administrativos relacionados con las fundaciones de Margarita Beaufort, sino que trabajó mucho por fomentar los estudios en la Universidad.
En 1504, Juan Fisher fue elegido canciller de la Universidad y desempeñó ese oficio hasta su muerte. Poco después, en el mismo año, el rey Enrique VIII le nombró obispo de Rochester, aunque sólo tenía treinta y cinco años. El santo aceptó, no sin cierta repugnancia, esa dignidad que venía a sumarse al trabajo que tenía ya en la Universidad. A pesar de ello, cumplió con sus deberes pastorales con un celo desacostumbrado en aquella época; visitaba su diócesis, administraba la confirmación, fomentaba la disciplina entre el clero, iba a ver a los enfermos pobres en sus chozas, distribuía limosnas generosamente y era extraordinariamente hospitalario. El santo obispo llevaba una vida muy austera; sólo dormía cuatro horas, se disciplinaba con frecuencia y, durante las comidas, tenía ante sí una calavera para acordarse de la muerte.
En lo humano, su gran placer eran los libros, y formó una de las mejores bibliotecas de Europa, con la intención de legarla a la Universidad de Cambridge. Era tan poco ambicioso que, cuando le ofrecían otras sedes más ricas que la suya, respondía que "no cambiaría a su pobre esposa por la más rica viuda de Inglaterra". Combatió el luteranismo, en sus predicaciones y en sus escritos. los trabajos literarios hicieron famoso a Juan Fisher no sólo en Inglaterra, sino en toda Europa. Más tarde, un monje cartujo felicitó al santo por los servicios que había prestado a la Iglesia con sus escritos; Juan Fisher le respondió que lamentaba no haber consagrado ese tiempo a la oración, pues con ello hubiese servido aún mejor a la iglesia. La gran intuición del santo obispo le hizo comprender perfectamente los vicios de su tiempo y los peligros que amenazaban a la Iglesia. También él era un reformador de los abusos y los vicios, pero no un deformador de la verdad. En un sínodo que convocó el cardenal Wolscy, en 1518, el santo protestó valientemente contra la mundanalidad, la laxitud y la vanidad del alto clero, que generalmente obtenían las dignidades eclesiásticas por los servicios que prestaba al Estado.
Como Juan Fisher, a diferencia de otros obispos, no intentaba servir a dos señores, sostuvo sin vacilar, nueve años más tarde, la validez del matrimonio de Enrique VIII con Catalina de Aragón.
En 1529, fue uno de los consejeros de la reina en el proceso de anulación del matrimonio, que se llevó a cabo en Blackfriars ante el cardenal Campeggio y actuó como el mejor de los defensores de Catalina de Aragón.
Pero, después de defender la santidad del matrimonio, Juan Fisher iba a convertirse en el paladín de los derechos de la Iglesia y de la supremacía del Papa. Como miembro de la Cámara de los Lores, clamó contra las medidas anticlericales que había aprobado la Cámara de los Comunes. "Esas medidas equivalen a gritar: ¡Muera la Iglesia!", clamó el santo. También protestó violentamente cuando se obligó a la asamblea a reconocer que Enrique VIII era la cabeza de la Iglesia. El fue quien consiguió que se introdujesen en el documento de aprobación las palabras "En cuanto lo permite la ley de Cristo"; y aun eso lo consideró como un mal menor.
Juan Fisher por no ceder a los capricho de Enrique VIII, fue encarcelado varias veces y sus amigos habían intentado envenenarle; pero se negó a prestar el juramento en la forma en que se hallaba redactado, porque eso equivalía a afirmar la supremacía del rey. El mismo había escrito a Cromwell: "Yo no condeno la conciencia de los otros. Pero ellos se van a salvar con su conciencia y yo con la mía". Estas palabras se referían al hecho de que los otros obispos habían prestado el juramento. Por negarse a prestarlo, Juan Fisher fue inmediatamente encarcelado en la Torre de Londres. Fue acusado de traición y depuesto de su sede.
En noviembre de 1535, el Papa Paulo III le envió el capelo cardenalicio, lo cual enfureció al rey y apresuró el desenlace. Enrique VIII exclamó: "Que el Papa envíe el capelo, si quiere. Yo me encargaré de que Fisher lo lleve sobre los hombros, porque ya no tendrá cabeza". Como la voluntad real era ley, nadie dudó de que el juicio del santo obispo terminaría en una condena a muerte. En efecto, aunque algunos de los jueces lloraron, la sentencia a la pena capital fue leída el 17 de junio de 1535.
Cinco días después, los guardias le despertaron a las cinco de la mañana para llevarle al sitio de la ejecución.
Cuando se volvió para dirigir unas palabras a la multitud, su silueta alta y escuálida semejaba un esqueleto. Con voz muy clara, dijo que moría por la fe de la Santa Iglesia Católica, fundada por Cristo y pidió a la multitud que rogase por él para no flaquear ante la muerte. Cuando terminó de recitar el "Te Deum" y el salmo " In te Domine speravi", los guardias le vendaron los ojos. La cabeza del santo rodó por tierra al primer golpe del hacha del verdugo. La venganza de Enrique VIII persiguió al siervo de Dios más allá de la muerte. Su cuerpo, que quedó todo el día expuesto a la curiosidad de la chusma, fue arrojado sin ninguna consideración en un hoyo del atrio de la iglesia de All Hallows Barking. Su cabeza estuvo clavada dos semanas en el puente de Londres, junto con las de los mártires cartujos. Según un cronista, "parecía que la cabeza estaba viva y miraba a los que se dirigían a Londres".
Quince días después, la cabeza del santo fue arrojada al río para dejar el sitio a la de Tomás Moro.
En mayo de 1935, casi exactamente cuatro siglos después de su muerte, Juan Fisher fue solemnemente canonizado, junto con su amigo Tomás Moro. En Inglaterra, en Gales y en la diócesis escocesa de Kunkeld, se celebra el 9 de julio la fiesta de los dos mártires.
Vidas de los Santos de Butler, Edición completa en cuatro volúmenes, traducida y adaptada al español por Wifredo Guinea, S.J., México, 1965 - (resumen ODM)