Ramillete espiritual:
El 31 de enero
«En su vida, lo sobrenatural se hizo casi natural y lo extraordinario, ordinario». Tales fueron las palabras que el Papa Pío XI dijo sobre Don Bosco.
Juan Melchor había nacido en 1815, y era el menor de los hijos de un campesino piamontés. Su padre murió cuando Juan sólo tenía dos años. Su madre, santa y laboriosa mujer, que debió luchar mucho para sacar adelante a sus hijos, se hizo cargo de su educación.
A los nueve años de edad, un sueño que el rapazuelo no olvidó nunca, le reveló su vocación. Más adelante, en todos los períodos críticos de su vida, una visión del cielo le indicó siempre el camino que debía seguir. En aquel primer sueño, se vio rodeado de una multitud de chiquillos que se peleaban entre sí y blasfemaban; Juan Bosco trató de hacer la paz, primero con exhortaciones y después con los puños. Súbitamente apareció una misteriosa mujer que le dijo: "¡No, no; tienes que ganártelos por el amor! Toma tu cayado de pastor y guía a tus ovejas". Cuando la señora pronunció estas palabras los niños se convirtieron primero, en bestias feroces y luego en ovejas. El sueño terminó, pero desde aquel momento Juan Bosco comprendió que su vocación era ayudar a los niños pobres, y empezó inmediatamente a enseñar el catecismo y a llevar a la iglesia a los chicos de su pueblo. Para ganárselos, acostumbraba ejecutar ante ellos toda clase de acrobacias, en las que llegó a ser muy ducho.
A los dieciséis años, consiguió ingresar en el seminario de Chieri y era tan pobre, que debía mendigar para reunir el dinero y los vestidos indispensables.
Era el año 1835, cuando fue admitido al gran seminario de Turín. Después de haber recibido el diaconado, Juan Bosco pasó al seminario mayor de Turín y ahí empezó, con la aprobación de sus superiores, a reunir los domingos a un grupo de chiquillos y mozuelos abandonados de la ciudad. Su santa madre le dijo entonces, «No olvides Juan, que lo que honora al sacerdote, no es el hábito, sino la virtud. Cuando naciste te consagré a Nuestra Señora, sé siempre su hijo, y propaga su devoción en todas partes.
Fue ordenado sacerdote en 1841, y San José Cafasso, cura de la parroquia anexa al seminario mayor de Turín, confirmó a Juan Bosco en su vocación, explicándole que Dios no quería que fuese a las misiones extranjeras: "Desempaca tus bártulos —le dijo—, y prosigue tu trabajo con los chicos abandonados. Eso y no otra cosa es lo que Dios quiere de ti". El mismo Don Cafasso le puso en contacto con los ricos que podían ayudarle con limosnas para su obra.
Durante un año, Don Bosco y sus chiquillos anduvieron de "Herodes a Pilatos", porque nadie quería aceptar ese pequeño ejército de más de un centenar de revoltosos muchachos. En esos momentos críticos, le sobrevino una pulmonía, cuyas complicaciones estuvieron a punto de costarle la vida. En cuanto se repuso, fue a vivir en unos cuartuchos miserables de su nuevo oratorio, en compañía de su madre, y ahí se entregó, con toda el alma, a consolidar y extender su obra.
Por la misma época, empezó a dar alojamiento a los niños abandonados. Al poco tiempo, había ya treinta o cuarenta chicos, la mayoría aprendices, que vivían con Don Bosco y su madre en el barrio de Valdocco.
Pero Don Bosco cayó pronto en la cuenta que todo el bien que hacía a sus chicos se perdía con las malas influencias del exterior, y decidió construir sus propios talleres de aprendizaje. Los dos primeros: el de los zapateros y el de los sastres, fueron inaugurados en 1853. El siguiente paso fue construir una iglesia, consagrada a San Francisco de Sales. Después vino la construcción de una casa para la enorme familia. El dinero no faltaba, a veces, por verdadero milagro. Don Bosco distinguía dos grupos entre sus chicos: el de los aprendices, y el de los que daban señales de una posible vocación sacerdotal. En 1856, había ya 150 internos, cuatro talleres, una imprenta, cuatro clases de latín y diez sacerdotes.
El mayor problema de Don Bosco, durante largo tiempo, fue el de encontrar colaboradores. En 1850, no quedaba a Don Bosco más que un colaborador y esto le decidió a preparar, por sí mismo, a sus futuros colaboradores. Así fue como Santo Domingo Savio ingresó en el oratorio, en 1854.
Por otra parte, Don Bosco había acariciado siempre la idea, más o menos vaga, de fundar una congregación religiosa. Después de algunos descalabros, consiguió por fin formar un pequeño núcleo. En diciembre de 1859, Don Bosco y sus veintidós compañeros decidieron finalmente organizar la congregación, cuyas reglas habían sido aprobadas por Pío IX. Pero la aprobación definitiva no llegó sino hasta quince años después, junto con el permiso de ordenación para los candidatos del momento. La nueva congregación creció rápidamente: en 1863 había treinta y nueve salesianos; nombre que eligió en honor de san francisco de Salles. A la muerte del fundador, eran ya 768, y en la actualidad se cuentan por millares y se hallan establecidos en todo el mundo.
Luego vino la fundación de una congregación femenina, encargada de hacer por las niñas lo que los Salesianos hacían por los niños. La congregación quedó inaugurada en 1872, con la toma de hábito de veintisiete jóvenes a las que el santo llamó Hijas de Nuestra Señora, Auxilio de los Cristianos.
El sueño o visión que tuvo Don Bosco en su juventud marcó toda su actividad posterior con los niños. Todo el mundo sabe que para trabajar con los niños, hay que amarlos; pero lo importante es que ese amor se manifieste en forma comprensible para ellos. Ahora bien, en el caso de Don Bosco, el amor era evidente. Los métodos de Don Bosco consistían en desarrollar el sentido de responsabilidad, en suprimir las ocasiones de desobediencia, en saber apreciar los esfuerzos de los chicos, y en una gran amistad. En 1877 escribía: "No recuerdo haber empleado nunca un castigo propiamente dicho. Por la gracia de Dios, siempre he podido conseguir que los niños observen no sólo las reglas, sino aun mis menores deseos". Pero a esta cualidad se unía la perfecta conciencia del daño que puede hacer a los niños un amor demasiado indulgente, y así lo repetía constantemente Don Bosco a los padres.
Fueron sus devociones cumbres: el amor a Jesús Sacramentado, pudiéndose llamar el «precursor» de la Comunión frecuente y diaria; la devoción a la Virgen Inmaculada, bajo la advocación «Auxilio de los cristianos», a quien edificó una grandiosa basílica.
Fue criatura aureolada de múltiples reflejos y hecha de múltiples valores: de bondad generosa, de ingenio grande, inteligencia clara, viva y perspicaz; de una voluntad gigante, indómita e indomable, que ni la inmensa cantidad de obras, ni el trabajo suyo extraordinario pudieron rendir jamás.
Finalmente a fines de 1887, sus fuerzas empezaron a decaer rápidamente; la muerte sobrevino el 31 de enero de 1888, cuando apenas comenzaba el día, de suerte que algunos autores escriben, sin razón, que Don Bosco murió al día siguiente de la fiesta de San Francisco de Sales. Cuarenta mil personas desfilaron ante su cadáver en la iglesia, y sus funerales fueron una especie de marcha triunfal, porque toda la ciudad de Turín salió a la calle a honrar a Don Bosco por última vez. Su canonización tuvo lugar en 1934.
Butler, Vidas de los Santos, (resumeno ODM)