Ramillete espiritual:
El 27 de agosto
Se le ha llamado "El gran pedagogo". "El Patriarca de los niños". "El Job de la Ley de gracia". Nació en Peralta de la Sal, pequeña villa aragonesa, el 31 de julio de 1558, en los albores del reinado de Felipe II.
Cinco hermanas y dos hermanos fueron los vástagos del matrimonio Pedro Calasanz y María Gastón. Pertenecián a una familia venida a menos. La madre era una maravillosa educadora y sentía predilección especial por el benjamín de los siete, nuestro pequeño José.
Ya desde muy niño empezó José a desempeñar el oficio que vivirá durante toda su vida y que aun después de muerte continuaría ejerciendo por medio de sus hijos religiosos de las Escuelas Pías: La educación y la enseñanza. Era así: El maestro de la escuela rural, para descansar de la monotonía de cada día, con frecuencia tomaba al pequeño José, lo subía a una mesa y le hacía deletrear primero, leer más adelante y enseñar un poco de tiempo después cuanto sabía a sus compañeros. Ya mayorcito, recordando esto, se subía a una mesa y excitaba a sus compañeros a ser mejores y a amar más y más a Jesucristo y a la Virgen María. Sabía atraer y convencer porque José ponía en estos actos toda su alma y arrastraba como si fuera un imán.
Concluidos los estudios en su pueblo, pasó a Estadilla y después a Lérida donde se graduó en ambos derechos a los veinte años. De Lérida pasó a la Universidad de Valencia para ampliar estudios y allí le esperaba el tentador.
José vio que el Señor le llamaba para ser sacerdote y para gastarse en bien de la humanidad. Para huir de las tentaciones que el demonio le tendía día a día en Valencia, volvió a Peralta pero aquí le esperaba una gran contrariedad: Muere su hermano mayor, y su padre le ruega que contraiga matrimonio y sea él quien herede el mayorazgo familiar. Pero José desea consagrarse al Señor.
Cae gravemente enfermo. Su padre cede y José salta de alegría. Se pone bien de salud y continúa trabajando para llegar a ser sacerdote. Esta gracia le llegó el 17 de diciembre de 1583. Pronto los Obispos conocieron su valía y le daban cargos y honores que demostraban la gran ascendencia que tenía sobre ellos. Cuando fue Vicario de los sacerdotes ayudó a muchos de ellos a vivir bien su vida sacerdotal, cosa que entonces estaba un tanto decaída.
Pero donde José echaría hondas raíces y ya para siempre desplegaría su fecundo apostolado, sería en la Ciudad Eterna de Roma: Se entregó a trabajar con las Cofradías y grupos ya existentes y bastante abandonados. Fundó otras nuevas y con ellas empezó a trabajar con entrega. Llevaba una vida de mucha oración y de gran caridad con los enfermos. Pronto empezó a llamar la atención del Papa, Cardenales y de los grandes y sencillos de la Ciudad. De todas partes acudían a este español a quien unos admiraban como santo y otros tenían como loco.
Se entregó, sobre todo, a cuidar de los niños más pobres: Les instruía, les alimentaba, les enseñaba al catecismo, los llevaba a la Iglesia. Para ellos fundó una escuelita primero y varios colegios después. Éste sería el primer germen de las futuras Escuelas Pías que tanto bien han hecho y siguen haciendo en todo el mundo. Eran varios los sacerdotes que seguían a D. José en sus apostolados y con ellos pensó en fundar una Orden religiosa. No le faltaron las dificultades, pero la obra, curro era de Dios, siguió adelante. Siempre encontró ayuda del cielo y de algunos de la tierra y el demonio no pudo contra ella. Después de unos años de floreciente vida, llegaron las calumnias, pero, aclarado todo, puede morir en paz, viendo ya su obra aprobada y bendecida por el Vicario de Cristo. Era el 27 de agosto de 1648.