Ramillete espiritual:
El 20 de julio
Nos encontramos ante uno de esos colosos de la caridad y de amor hacia los hermanos. Nació en una familia de rancio abolengo veneciano, los Miani o Emiliani. Su padre era famoso militar y senador. Nació el 1481 en Venecia y sus padres fueron Angiolo y Diomira.
Casi no tuvo tiempo de formarse, ya que a los quince años ya tomó las armas y hubo de luchar en defensa de su patria contra los franceses... Unas veces tiene victorias y otras derrotas. Son cosas del oficio.
Las enseñanzas cristianas que inculcó su buena madre en su alma no las olvidó jamás, pero la vida militar le sedujo desde un principio y se descaminó como tantos otros compañeros de armas entregándose a una vida que decía muy poco con los principios que de su buena madre había recibido. El cielo le había adornado con muchas cualidades: simpatía, bondad, caballerosidad y por ello arrastraba tras sí a muchos amigos. Tenía un defecto que le costó mucho durante toda su vida arrancarlo de su corazón: era la ira, la cólera, el genio fuerte que en tantas ocasiones le traicionaba... Los malos amigos le llevaron por malos caminos.
Su buena madre y hermanos le rogaban abandonase aquellas compañías y que entrase por las sendas del bien... Como no estaba dispuesto a oír la voz de los hombres, fue Dios quien vino en su ayuda y para ello se sirvió de una derrota militar.
Emiliano fue encargado como jefe de defender la plaza fuerte de Castelnuovo, cerca de Treviso... pero por fin fue derrotado y hecho prisionero a pesar de su arrojo y valentía. Durante el tiempo del cautiverio tuvo mucho tiempo para pensar en Dios, en cuanto había aprendido desde niño, en el más allá y también en lo que sería la plenitud de su vida: los pobres. Para estar seguro de su cambio de vida y de que aquellas luces que recibía del Señor no eran meras alucinaciones, sino gracia de lo alto, acudió, con filial confianza, a la Virgen María, recordando su consagración a Ella que le había hecho su madre desde niño. Lloró en la prisión sus pecados y dijo a María: "Madre, pide perdón a vuestro Hijo de todos mis pecados y concédemela gracia de mostrarme cuál es el camino que debo seguir para serle fiel a Él y a Vos"... Todavía no había acabado su oración cuando se le apareció la Santísima Virgen María entre gran resplandor y consolándole le bendijo, le soltó las cadenas que le tenían atado y le entregó las llaves de la cárcel para que abandonara aquel lugar y se dirigiera adonde Ella le mostraría...
Marchó a Venecia y se entregó al cuidado de los niños huérfanos y a atender a todos los necesitados que encontraba... Recorrió varias comarcas de Italia: Somasca, Bérgamo, Brescia, Venecia, Verona... siempre tratando de imitar al Divino Samaritano. Para continuar su obra fundó los Clérigos Regulares Somascos o Siervos de los Pobres que fueron aprobados enseguida por el Papa Pablo III y elevados al rango de Orden religiosa por el Papa San Pío V en 1567.
La vida de San Emiliano está totalmente entregada al servicio de los más pobres y necesitados. Todos encuentran ayuda de su parte: Los huérfanos, las viudas, los abandonados, los encarcelados... para todos es como un verdadero padre. El tiempo que le queda libre lo dedica a la predicación y a enardecer en el amor a Jesús y a María a cuantos le siguen y escuchan. Obraba muchos prodigios el Señor por su medio. Corre la voz de que cura enfermos, multiplica los alimentos, evita catástrofes... Todos acuden a él en busca de ayuda y protección. Él los encamina hacia el Sagrario y al altar de la Virgen María... Lleno de méritos parte para la eternidad, a la edad de 56 años, el 1537.