Ramillete espiritual:
El 4 de abril
San Isidoro de Sevilla es el último de los Padres latinos, y resume en sí todo el patrimonio de adquisiciones doctrinales y culturales que la época de los Padres de la Iglesia transmitieron a los siglos futuros. Isidoro fue un escritor enciclopédico, muy leído en la Edad Media, sobre todo por sus Etimologías, una «summa» muy útil de la ciencia antigua, en la que condensó los principales resultados más con celo que con espíritu crítico. Pero a pesar de poseer tan ricamente la ciencia antigua y de influir considerablemente en la cultura medioeval, su gran preocupación como obispo celoso fue la de lograr una madurez cultural y moral del clero español.
Para esto fundó un colegio eclesiástico, prototipo de los futuros seminarios, dedicando mucho de su laboriosa jornada a la instrucción de los candidatos al sacerdocio. La santidad era de casa en la noble familia, oriunda de Cartagena, de la que nació (en Sevilla) Isidoro en el 560: tres hermanos fueron obispos y santos: Leandro, Fulgencio e Isidoro; una hermana, Florentina, fue religiosa y santa. Leandro, el hermano mayor, fue tutor y maestro de Isidoro, que quedó huérfano cuando era muy niño.
El futuro doctor de la Iglesia, autor de muchos libros que tratan de todo el saber humano, desde la agronomía hasta la medicina, de la teología a la economía doméstica, al principio fue un estudiante poco aplicado. Como tantos otros compañeros dejaba de ir a la escuela para ir a vagar por los campos. Un día se acercó a un pozo para sacar agua y notó que las cuerdas habían hecho hendiduras en la dura piedra. Entonces comprendió que también la constancia y la voluntad del hombre pueden vencer las duras dificultades de la vida.
Regresó con amor a sus libros y progresó tanto en el estudio que mereció ser considerado el hombre más sabio de su tiempo. Isidoro sucedió al hermano Leandro en el gobierno de la importante diócesis de Sevilla. Como el hermano, fue el obispo más popular y autorizado de su tiempo, y también presidió el importante cuarto concilio de Toledo, en el 633. Se formó con la lectura de San Agustín y de San Gregorio Magno, y aun sin tener el vigor un Boecio o el sentido organizador de un Casiodoro, Isidoro compartió con ellos la gloria de ser el maestro de la Europa medioeval y el primer organizador de la cultura cristiana. Cuenta una simpática leyenda que cuando tenía un mes de vida, un enjambre de abejas invadió su cuna y dejó en los labios del pequeño Isidoro un poco de miel, como auspicio de la dulce y sustanciosa enseñanza que un día saldría de esos labios. Isidoro fue muy sabio, pero al mismo tiempo de profunda humildad y caridad; no sólo obtuvo el título de «doctor aegregius» sino también la aureola de santo.