Ramillete espiritual:
El 4 de enero
La vida de este Santo nos es conocida gracias a los escritos de su bisnieto, San Gregorio de Tours. Noble de nacimiento, Gregorio gobernó durante cuarenta años el distrito de Autun, con el cargo de “comes” (conde), y se distinguió por su sentido de justicia. Era ya entrado en años, cuando murió su esposa Armentaria y él decidió realizar su deseo de abandonar el mundo y entregarse sin reservas a Dios.
Elegido obispo de Langrés por el pueblo y el clero, San Gregorio fue un admirable ejemplo de fidelidad a sus deberes pastorales. Hacía grandes penitencias en lo referente a la comida y la bebida, ingeniándose hábilmente para disimular sus ayunos a quienes le rodeaban.
Con frecuencia pasaba una parte de la noche en oración, sobre todo en el bautisterio de Dijon, donde habitaba generalmente. Ahí recibió la visita de varios santos, que iban a cantar con él las alabanzas al Señor.
San Benigno, el apóstol de Iforgoña, cuyo culto había descuidado San Gregorio, se le apareció, le reprendió paternalmente por su negligencia y le pidió que restaurara su santuario en ruinas, que desde entonces ha sido famoso en Dijon.
San Gregorio murió en Langrés, en 539, pero, según su deseo, los restos fueron trasladados al santuario de San Benigno. Venancio Fortunato compuso el epitafio de nuestro Santo, lo cual demuestra que la paternal caridad que desplegó en sus últimos años, fue suficiente para borrar la severidad que pudiera tal vez haber mostrado como juez. Aun en los milagros que realizó después de su muerte, parece haber tenido predilección por los prisioneros de la justicia humana.
Vidas de los Santos de Butler, Traducida y adaptada al español por Wifredo Guinea, S.J., Volumen I, publicado por C. I. John W. Clute, S.A., México, 1965