Vida de los Santos
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Ramillete espiritual:

El 16 de octubre

San Gerardo Mayela
San Gerardo Mayela

San Gerardo Mayela
Religioso
(1726-1755)

El Martirologio Romano recuerda hoy a San Gerardo, obispo de Potenza, en Lucania (Italia). Había nacido en Piavenza, pero después pasó a Potenza y fue elegido obispo de esa ciudad por sus virtudes y su actividad taumatúrgica. Muerto después de sólo ocho años de episcopado, su sucesor Manfredo escribió una vida tal vez demasiado declaradamente panegirística, y sobre todo obtuvo una canonización «a viva voz» (es decir, sin documentación escrita) por parte del Papa Calixto II (1119-24). Pero hay otro Gerardo, nativo de Muro, Nápoles, que tuvo y tiene mucha más fama que el obispo medioeval. Se trata de San Gerardo Mayela, uno de los santos más populares de Italia meridional. Y hay motivo para esta popularidad: en efecto, a él lo invocan (o ¿invocaban?) las señoras embarazadas y las parturientas.

A comienzos de 1800, casi cincuenta años después de su muerte, un médico de Grassano declaraba: «Desde hace mucho años no ejerzo la profesión de médico. La ejerce por mí Fray Gerardo»: este médico tomaba tan en serio el patrocinio de Gerardo, proclamado beato sólo en 1893, que en vez de recetar medicinas prefería dejar a sus pacientes una medalla del buen religioso. Y el biógrafo Tannoia, en la Vida escrita hacia 1806, declaraba: «Fray Gerardo es protector especial de las parturientas y en Foggia no hay ninguna mujer que vaya a dar a luz que no tenga la imagen del santo y no invoque su patrocinio». Singular «revancha del santo» por los sufrimientos que le causaron las calumnias de una mujer, una ex-monja, a quien le creyeron fácilmente los superiores de Gerardo.

En realidad San Gerardo, que en el lecho de muerte pudo confesar que no sabía lo que era una tentación impura, tenía de la mujer un concepto muy elevado: veía, efectivamente, en toda mujer una imagen de María, «alabanza perenne de la Santísima Trinidad». Eran los impulsos místicos de una alma sencilla, pero llena de ardor espiritual. Exclamaba con frecuencia: «Mi querido Dios; mi Espíritu Santo», pues sentía en su intimidad la bondad y el amor infinito de Dios. Más que un asceta, fue un místico.

Su vida estuvo llena de privaciones, de sufrimientos, de humillaciones, pero todo estaba profundamente animado por un encuentro vivo y personal con Dios. Y es lo que queda de él, a más de algunas auténticas «extravagancias», que pueden desconcertar a los ortodoxos.