Ramillete espiritual:
El 17 de febrero
En 1900 y 1909, fueron beatificados varios mártires de las misiones de China, de los cuales hubo dos que murieron por Cristo en el mes de febrero.
La vida del Beato Francisco de Regis Clet fue de un heroísmo espléndido y coronó su vida con un martirio cruel, a los setenta y dos años de edad.
El mártir nació en Grénoble en 1748, y a los veintiún años entró en la Congregación de la Misión (Lazaristas). Tras un corto período de profesorado de teología en Annecy, el P. Clet fue maestro de novicios en Saint-Lazare de París, en 1788.
En la turbulenta época de la Revolución, resultaba difícil enviar regularmente misioneros al Lejano Oriente. En 1791, se presentó la oportunidad de conseguir pasaje para dos misioneros a la China; como uno de ellos se encontrase en la imposibilidad de partir, el P. Clet le sustituyó gustoso.
Desembarcó en Macao, y de ahí consiguió introducirse en el Imperio, después de vencer muchas dificultades. Sería largo describir todos los obstáculos que el P. Clet debió superar en cerca de treinta años que pasó en China. Aparte de la dificultad del idioma, que nunca pudo dominar del todo, pues había empezado a aprenderlo a los cuarenta años; el distrito que le tocó en suerte despertaba la suspicacia del emperador.
Los pocos sacerdotes que había en la vasta provincia de Hu-Kuang murieron o cayeron en manos de los perseguidores. El P. Clet vivió tres años absolutamente solo. Las comunicaciones eran muy difíciles y muchas de sus cartas a sus superiores en Europa se perdieron.
La salud del misionero se quebrantó a causa del clima y las terribles penurias. Los escasos cristianos del lugar le querían mucho y él tuvo el consuelo de presenciar, repetidas veces, la extraordinaria constancia de sus hijos frente a los peores tormentos y brutalidades.
En 1818, empezó un período de persecución más seria. Cierta mañana, se produjo en Pekín un fenómeno extraño e inexplicable que oscureció durante algunas horas el cielo luminoso y limpio. El emperador se alarmó y, aunque hasta entonces había sido tolerante con los cristianos, se dejó persuadir por algunos malos consejeros de que las divinidades locales estaban encolerizadas y había que suprimir las religiones extranjeras.
Se publicó, pues, un decreto que afectaba a una enorme región. El P. Clet logró al principio escapar de los perseguidores; pero al fin, por la maldad de un pagano que quería vengarse de un convertido, y por la traición de un cristiano que entregó al misionero por una suma de dinero, cayó en manos de sus enemigos. Hubo de soportar la flagelación, el encierro en un calabozo solitario, el hambre, la sed y otras horribles formas de tortura, particularmente crueles tratándose de un hombre de su edad.
La firmeza de sus respuestas provocaba la cólera de los jueces, que a menudo ordenaron a los soldados que le abofetearan, hasta que finalmente le condenaron a ser estrangulado. Este suplicio no se practicaba ahí en la forma ordinaria, sino que se aflojaba la cuerda, cuando la víctima perdía el conocimiento, hasta que lo recobraba de nuevo. Así se hizo dos veces con el P. Clet, que exhaló el últimos suspiro cuando los verdugos apretaron la cuerda por tercera vez. El sitio de su martirio fue Wu-Chang-Fu, frente a Hankow, la capital de Hupeh. Era el 17 de febrero de 1820.
Butler, Vidas de los Santos