Vida de los Santos
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Ramillete espiritual:

El 15 de julio

San Enrique II
San Enrique II

San Enrique II
Rey
(972-1024)

San Enrique, nieto de Otón el Grande y de Carlomagno, había nacido en el castillo que su padre, duque de Baviera, tenía a las orillas del Danubio, en los estertores del oscuros siglo X, allá por los años 973.

En un famoso discurso le decía Cicerón a César: "Has vencido en muchas batallas. Te falta la más difícil: vencerte a ti mismo". Algo parecido pensaba Enrique cuando veía que la fortuna le sonreía y que pronto llegaría a ser emperador. Él quería conseguir otra victoria mucho más difícil, mucho más valiosa: la victoria, ardua y empinada, de la santidad.

El joven príncipe pasa los primeros años de su vida en el monasterio benedictino de Hildesheim. Vive como un novicio al lado de los monjes. Aprende a la vez las letras y los salmos, estudia las Sagradas Escrituras, se ejercita en la práctica de la virtud y aspira a la perfección.

Completa su educación bajo la tutela del obispo de Regensburg, San Wolfang. Enrique acogía en la buena tierra de su corazón la semilla que sembraba su maestro y que produciría mucho fruto, el ciento por uno.

Las fechas de su vida política se sucedieron rápidas. El 995, duque de Baviera. El 1002, rey de Germanía, proclamado en Maguncia. El 1014 Benedicto VIII lo consagra en Roma Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. El Papa, en premio a su celo por la religión, le regala un globo de oro y piedras preciosas, rematado en una cruz. Enrique lo agradece, entiende el simbolismo y lo manda llevar a la abadía de Cluny.

Enrique quería inspirar siempre su política en la doctrina cristiana. Es la política del "Príncipe cristiano" de San Roberto Belarmino, la "política de Cristo" que dirá Quevedo. Su afán es extender la religión y su benéfica influencia por todas partes. Y recomienda que "nuestro corazón viva ya desde ahora en el cielo por el deseo 'y el amor. Porque la gloria presente, mientras se posee, es caduca y vana, a no ser que nos ayude en algún modo a pensar en la eternidad celestial".

Ayuda a extinguir el cisma del antipapa Gregorio y a mantener el prestigio de Benedicto VIII. Funda iglesias y monasterios para fomentar el culto divino, crea obispados, reúne dietas conciliares, defiende los derechos de la Iglesia, influye en la conversión de San Esteban de Hungría, que se había casado con una hermana suya.

Mantiene una estrecha amistad con el famoso y longevo abad de Cluny, Odilón. Juntos trabajan en la reforma eclesiástica, deponiendo prelados y abades indignos, restituyendo la disciplina y la observancia regular. Trabajó también mucho por la paz y por la extensión del evangelio.

Junto a esta vida agitada, llevaba cuando podía una vida recogida y piadosa como un monje. Unido en matrimonio con la casta Cunegunda, guardan perpetua virginidad. Algunos quieren deshonrar a Cunegunda. Ella se somete a una prueba medieval, la ordalia o juicio de Dios y sale a flote su castidad.

En la catedral de Bamberg, cuyo obispado había fundado Enrique, junto a la estatua del famoso caballero, se encuentra un monumento en memoria de los "Santos Enrique y Cunegunda, que brillaron en medio de las tinieblas de su tiempo como dos lises de oro sobre el altar".

Al final de su vida, Enrique, llamado con razón el Piadoso, se retira al monasterio de Vanne. El abad Ricardo le ordena volver al trono. Pero poco después, el 13 de julio del año 1024, recibía la corona de la gloria en el castillo de Grona. Fue canonizado el 1146 por Eugenio III.