Ramillete espiritual:
El 19 de febrero
Conrado pertenecía a una noble familia de Piacenza, la ciudad natal de su mujer, a la que amaba tiernamente. Un día en que se hallaba de cacería, Conrado ordenó a sus servidores que prendieran fuego a un matorral para hacer salir la pieza; desgraciadamente el viento propagó el fuego a los sembradíos, y el incendio se extendió hasta las poblaciones de las proximidades. Incapaz de extinguir las llamas, Conrado retornó furtivamente a su casa con sus compañeros, sin decir a nadie la causa del desastre. Un pobre hombre que se hallaba recogiendo leña en los alrededores fue acusado de incendiario y sentenciado a muerte.
Al enterarse de la noticia, Conrado sintió gran remordimiento y acudió al punto a salvar al acusado y a entregarse a la justicia. Las autoridades le condenaron a pagar los daños que había causado por su negligencia. Para ello, Conrado tuvo que vender casi todas sus posesiones y la dote de su esposa.
El suceso les llevó a reflexionar seriamente y ambos llegaron a la conclusión de que aquello había sido providencial. Repartieron, pues, entre los pobres lo poco que les quedaba y, en tanto que la esposa de Conrado tomó el velo en un convento de Clarisas Pobres, éste vistió el hábito de peregrino e ingresó en una comunidad de ermitaños que seguían la regla de la tercera orden de San Francisco.
A partir de entonces, Conrado llevó una vida de extraordinaria piedad, y su fama empozó pronto a atraer a sus antiguos conciudadanos. En vista de ello, Conrado decidió buscar la soledad en otra parte y se dirigió a Sicilia, al valle de Noto, donde habitó treinta años, algunos, en el Hospital de San Martín y otros en una comunidad de ermitaños fundada por Guillermo Bocherio, otro noble que se había hecho anacoreta. Hacia el fin de su vida, San Conrado se retiró a la gruta de Pizzoni, a cinco kilómetros de Noto, para estar todavía más solo.
A pesar de todos sus esfuerzos por ocultarse, la fama de su santidad se extendió hasta muy lejos. En una época de hambre, el pueblo acudió a pedirle ayuda al santo, cuyas oraciones resultaron tan eficaces que en adelante no cesaron de acudir los menesterosos ante su celda. El mismo obispo de Siracusa fue a visitarle y se cuenta que, mientras los criados del obispo desempacaban las provisiones que habían llevado, éste preguntó a San Conrado con una maliciosa sonrisa si no tenía nada que ofrecerles.
El santo fue a buscar algo en su celda y volvió con unos deliciosos pasteles recién preparados; el obispo vio en ello un milagro y alabó a Dios. Poco antes de su muerte, Conrado fue a pagar al obispo su visita e hizo con él una confesión general. Los pájaros le acompañaron en el camino de ida y vuelta, revoloteando sobre su cabeza. Cuando sintió llegar su última hora, Conrado se tendió en el suelo frente a un crucifijo y oró por sus bienhechores y por el pueblo de Noto.
Fue sepultado en la iglesia de San Nicolás de Noto y su tumba se convirtió en un sitio de peregrinación muy popular, en el que se realizaron repetidos milagros. Se invoca particularmente al santo en los casos de desgarramientos del vientre, ya que su intercesión obró muchas curaciones de hernias. El culto de San Conrado ha sido aprobado por tres Sumos Pontífices.
Butler, Vidas de los Santos