Ramillete espiritual:
El 6 de octubre
San Bruno, fundador de la Cartuja, fue alemán de nación, hijo de nobles padres, y nació en la ciudad de Colonia. Enviáronle a la universidad de París, donde se dio a la filosofía y a la sagrada teología, en que se aventajó tanto a sus otros compañeros que vino a ser maestro excelente, varón docto y de fama, y canónigo de la ciudad de Reims. Sucedió en este tiempo en París una cosa notable y espantosa, que refieren muchos autores, entre los cuales el que escribió la vida de nuestro santo en el año 1150, es decir, cuarenta y nueve años después de su muerte.
Entre los otros insignes doctores de aquella universidad había uno muy amigo de Bruno, de grande opinión de virtud y letras: murió éste, y estando en la iglesia haciéndole las exequias acostumbradas, al tiempo que uno de los clérigos cantaba aquella lección de Job que dice: Responde mihi: quantas habeo iniquitates? que quiere decir: «Respóndeme, ¿cuántas son mis maldades?» el cuerpo del difunto que estaba en medio de la iglesia, levantó la cabeza y con una voz espantosa dijo: «Por justo juicio de Dios soy acusado», y acabando de decir estas palabras reclinó su cabeza en las andas como antes.
Asombráronse los circunstantes, y determinaron no enterrarle hasta el día siguiente para ver lo que sucedía: y el día siguiente tornó a hablar el difunto y dijo: «Por justo juicio de Dios soy juzgado»; y como fuese grande la turbación de todos los presentes, acordaron dejarle hasta el tercer día, en que con voz más espantosa y tremenda clamó: «Por justo juicio de Dios soy condenado.» Moviéronse muchos a hacer penitencia de sus pecados con este terrible juicio, y uno de ellos fue san Bruno, el cual tocado de la mano de Dios, determinó morir en vida para no morir eternamente, y con seis de sus amigos se partió a Grenoble en el Delfinado, donde el santo obispo Hugo les cedió el asperísimo desierto llamado la Cartuja.
Allí fundaron su sagrada orden, viviendo más como ángeles que como hombres; y muchas veces el mismo san Hugo iba a morar entre ellos con grande humildad y gozo de su espíritu. Habiendo sucedido en el pontificado Urbano II, que había sido discípulo de Bruno, le llamó a Roma para aprovecharse de sus consejos: mas al partirse el pontífice para Francia, el santo le suplicó que le diese licencia para retirarse a un desierto de Calabria tan áspero como el de la Cartuja: y en aquel yermo llamado Torre, en el territorio de Esquilache, pasó el resto de su vida con muchos otros solitarios que se llegaron a él deseosos de imitar su admirable perfección.
Finalmente habiendo enriquecido la santa Iglesia con la nueva y celestial familia de los gloriosos hijos de la Cartuja, tan célebre por la multitud de santos y eminentes prelados que de ella han salido, cubierto de cilicio, y con un crucifijo arrimado a los labios, a la edad de cincuenta años no cumplidos entregó su espíritu en las manos del Creador.
Reflexión : ¿Quién no ve en la vida de este santísimo confesor los caminos maravillosos que el Señor toma para llevar almas al cielo? Condenóse por justo juicio de Dios el letrado soberbio y vano y publicó su condenación de un modo tan espantoso que movidos con tal ejemplo muchos se salvasen; y este santo fundase una orden de solitarios y penitentes, que jamás ha decaecido de su primer espíritu, y ha sido de grande ejemplo, en la Iglesia de Dios.
Padre Francisco de Paula Morell, S.J. Flos sanctorum de la familia cristiana, Buenos Aires, Libreria editorial Santa Catalina, 1949