Ramillete espiritual:
El 5 de junio
Se le conoce con el nombre de Bonifacio o Winfrido y su fama ha llegado hasta nosotros, sobre todo, por haber sido el apóstol de Alemania.
Nació por el 680 en territorio de Wessex, Inglaterra, de una familia profundamente cristiana. Fue siempre un perfecto anglosajón.
Pasaron por allá unos monjes cuando tan sólo contaba cinco años y ya pidió a sus padres que le permitieran irse a vivir con ellos y como ellos. Sus padres, al principio, pusieron alguna resistencia, pero cuando tenía siete añitos se lo permitieron. Con ellos -con los monjes- pasó siete años entregado a recibir una sólida formación cristiana. Tenía catorce cuando se trasladó al monasterio de Nursinling, diócesis de Winchester, e ingresó ya como religioso benedictino en la Orden. Se entregó de lleno a su formación intelectual y religiosa. En cuanto a la primera salió muy aventajado, pues después de cursar todos los estudios que exigía la época, con gran seriedad y aprovechamiento fue condecorado como Maestro en Teología.
Pero mucho más que en los estudios científicos, aunque sagrados, se le veía progresar en la carrera de la santidad pues era notorio a todos cuantos le trataban los progresos que hacía en toda la gama de virtudes y exigencias que lleva consigo una auténtica vida religiosa y monacal.
Estaba dispuesto para la gran obra que el Señor le tenía preparada: Obra de evangelización y de coronamiento del martirio. Por aquellos tiempos era bastante común la salida desde Inglaterra de fervorosos misioneros que surcaban las más diversas partes del mundo predicando el Mensaje de Jesucristo. Por aquellos días era famoso el misionero que llenaba toda Holanda, entonces Frisia, llamado Willibrordo. Continuamente llegaban a los Monasterios de Irlanda e Inglaterra llamadas urgentes de celosos misioneros. Nuestro santo se encontraba en la plenitud de la edad y estaba dispuesto a entregar su vida por Jesucristo y sus hermanos. Así lo manifestó al Padre Abad del Monasterio y el 716 partía en compañía de otros dos hermanos de hábito a extender la Buena Nueva de Jesús por tierras de Alemania, si esta era la voluntad del Papa San Gregorio II, a cuyas órdenes se ha puesto al llegar a visitarle a Roma.
El Papa le acoge con gran bondad, pues además de las elogiosas cartas credenciales del Obispo de Winchester, pronto descubre en su alma cualidades nada comunes para un fervoroso misionero. No se equivocó.
Gregorio II le envió a Frisia para que continuase la obra comenzada por San Willibrordo. Los benedictinos de Holanda quieren hacerlo Abad cosa que él rechaza con todas sus fuerzas y por ello vuelve a Roma para rogarle al Papa que le envíe a Alemania. El 719 le nombra el Papa Misionero apostólico y Legado suyo en Alemania: "... Ve a llevar el reino de Dios a cuantas naciones halles en tu camino, y que, en espíritu de virtud, sobriedad y caridad evangélica, derrames en las almas la predicación de los Testamentos".
Así comienza un fogoso apostolado y una maravillosa organización de cómo debe llevarse una evangelización con método y eficacia maravillosa. Una de las más bellas, sin duda, que cuenta la historia de la Iglesia en sus veinte siglos de historia.
Recorre ciudad por ciudad, pueblo por pueblo y organiza, instituye la jerarquía eclesiástica, funda Iglesias, monasterios de monjas y monjes, habla de Jesucristo a ricos y pobres, reyes y labriegos. Su celo no tiene límites. Organizó concilios, fundó Obispados. Por fin estaba maduro para el martirio. Fue el 5 de junio del 755, junto con otros cincuenta y dos compañeros por el fanatismo de unos gentiles enemigos de Jesucristo. Fue sepultado en Fulda.