Ramillete espiritual:
El 27 de mayo
San Beda el Venerable, el mejor representante del monaquismo inglés, nació en 673. Recibió, ya en vida, grandes elogios: Luminar de la Iglesia, el Doctor de su siglo, el Venerable. León XIII lo declaró Doctor de la Iglesia.
Nos dejó datos precisos de su vida en su Historia de Inglaterra. "Nací en Wearmouth, junto al monasterio de San Pedro y San Pablo, en el que entré a los siete años bajo el abad Benito. Ordenado sacerdote a los 30 años.
Desde entonces he vivido siempre en el claustro, entre el estudio de las Escrituras, la observancia de la disciplina y la carga diaria de cantar en la iglesia. Toda mi delicia era aprender, enseñar y escribir".
Hermosa reseña de una vida: estudio, disciplina y cantar las divinas alabanzas. Recibir y dar: aprender, enseñar y escribir. Contemplata aliis tradere (lema dominicano): entregar a los demás lo recibido en la oración. Ora et labora, de su Padre San Benito: oración y trabajo, como dos ejes que completan y equilibran la vida. "Ni el rezo estorba al trabajo, ni el trabajo estorba al rezo". Es difícil comprender cómo pudo sobresalir tanto en ambas cosas: "Si consideras sus estudios y numerosos escritos, parece que nada dedicó a la oración. Si consideras su unión con Dios, su entrega a las alabanzas divinas, parece que no le quedaba tiempo para estudiar".
Nada humano le era ajeno, pensaba con el clásico. Poseía un saber enciclopédico, amaba la ciencia con delirio, pero la meta de su mente y su corazón siempre era Dios. Su gran sabiduría era conjuntar conocimiento y amor. Seguía con gozo la regla de San Agustín a los monjes: "Buscad lo eterno en lo temporal, y en lo visible, lo que está sobre nosotros".
San Beda expresaba estos anhelos en esta sabrosa plegaria: "Oh Jesús amante, que te has dignado abrevar mi alma en las ondas suaves de la ciencia, concédemela gracia de hacerme llegar un día hasta Ti, que eres la fuente de la sabiduría, y no permitas que me vea defraudado para siempre de disfrutar de tu divino rostro en la patria celestial!".
El monje ejemplar y virtuoso es pronto un consumado maestro y escritor universal. Escribe con maestría sobre todas las ciencias humanas y divinas. Destacan, aparte de su Historia, su Correspondencia, sus Homilías, sus tratados exegéticos, sobre la Virgen y los Santos Padres. Es además un inspirado poeta. "Miel virgen destilaban sus labios". Y todo sazonado de elevaciones espirituales, de anhelos de santidad y de apostolado.
El final de su vida nos lo narra su discípulo Cutberto. Se acercaba la Ascensión del Señor y la vida de Beda se acababa. Les manda recoger algunos objetos que tenía para repartirlos. Les pide que recen por él y todos lloraban cuando les dijo que ya no volverían a ver su rostro en este mundo. "Es inminente mi partida, pues deseo partir para estar con Cristo".
- Padre, le dijo Wiberto: ¿Podéis hablar un poco más? Aún falta un capítulo. - Toma la pluma y escribe rápido... - Querido maestro, queda aún una frase. - Pues escribe en seguida. - Ya está acabado. - Sí, todo está ya acabado.
Entonces pidió que le colocaran la cabeza mirando a la capilla, para invocar al Señor, y tendido en el suelo de la celda, comenzó a recitar: Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo... "Al nombrar al Espíritu Santo, exhaló el último suspiro, y sin duda, emigró a las delicias del cielo, como merecía, por su constancia en las alabanzas divinas". Así murió el fiel siervo del Señor, como había vivido: orando y trabajando hasta el último aliento. Era el 25 de mayo del año del Señor de 735.