Vida de los Santos
nuestros modelos y patrones

Ramillete espiritual:

El 30 de octubre

San Alfonso Rodríguez
San Alfonso Rodríguez

San Alfonso Rodríguez
Religioso
(1531-1617)

En su preciosa Autobiografía escribe con sencillez y tratando de dulcificar los acíbares más amargos: «Estaba ya absorbido en los negocios, cuando Dios me mandó algunos trabajos, por medio de los cuales vine en conocimiento de mi mala vida pasada y de la miseria del mundo».

Alfonso nace en Segovia por el año 1533. Sus padres, que poseen un modesto telar, se llaman Diego Rodríguez y María Gómez. Fue el segundo de once hermanos, siete varones y cuatro hembras.

Cuando todavía era muy niño llegan por vez primera a Segovia dos padres jesuitas para ejercer el apostolado. Ellos dejaron huella en el alma de Alfonso, ya que se hospedaban en su casa y le enseñaron el catecismo. Recordará siempre con gran afecto cuántas cosas buenas le decían estos jesuitas.

Su hermano mayor y él son enviados por su padre al colegio que dirigen los jesuitas a Alcalá. Allí reciben el contratiempo de que ha muerto su padre. La madre decide que continúe estudiando el hermano mayor y que Alfonso vuelva a casa para hacerse cargo del modesto negocio de tejidos. Parece que esto no era el fuerte de Alfonso y las cosas van mal. Se casa con María Juárez y el Señor les concedió dos hijos. Los caminos del Señor no son nuestros caminos. Va a dirigir a Alfonso por otras vías. Para ello la desgracia parece que se ceba en su casa. En poco tiempo muere su esposa, su madre y uno de sus hijos. Emulando el gesto de Dña. Blanca de Castilla, dice al Señor en un arrebato de generosidad: «Señor, si mi hijo ha de ofenderte el día de mañana, llévatelo a tu gloria». Al poco tiempo muere el hijo. Ahora ha quedado solo Alfonso. Ya nada le ata a este mundo. Hace una confesión general, se retira al desierto, a la soledad, y se entrega de lleno a la oración y mortificación de su cuerpo.

El Señor comienza a regalarle con muchas gracias sobrenaturales que le acompañarán durante toda su vida. También le visita con gran afecto la Virgen María a la que ama más que a sí mismo.

Hace renuncia de sus bienes a favor de sus hermanas y marcha a Valencia para ponerse a disposición de su padre Confesor. Él quiere ingresar en la Compañía. Los superiores ven que no está preparado para escalar el sacerdocio por falta de estudios y por su edad ya madura. Pide ser admitido como Hermano Coadjutor. Titubea un día y así se lo hace saber al Padre confesor. Éste le dice: «Hermano, me temo que os perdáis, porque veo que queréis hacer vuestra propia voluntad. Esto de ir a vivir en la soledad y retiraros del mundo ¿no será que os buscáis a vos mismo y huís de la cruz que el Señor os tiene preparada?». Se postra ante su Confesor y le dice: «Padre, si esto es así, yo os prometo que renuncio de ahora para siempre a mi propia voluntad».

Por fin el 31 de enero de 1571 fue admitido a formar parte de la Compañía. El P. Provincial al aceptarlo dirá que le admite «para que sea santo y para que con sus oraciones y penitencia ayude y sirva a todos». No se equivocó el P. Antonio Cordeses. El 10 de agosto de aquel mismo año llegaba a Montesión de Palma para empezar el Noviciado. Éste será el escenario de toda su vida. Aquí emitió sus votos y aquí se desgastó día a día en el servicio del Señor y de sus hermanos. La portería será la palestra donde se santificará.

Un día subía la «cuesta del sudor». Hacía un calor canicular. Iba pensando en la belleza de la Virgen. Estaba sudando y agotado por el peso de cuanto había recogido pidiendo limosna. Se le aparece la Virgen, limpia su sudor y le pregunta si la ama. Y así tres veces. Alfonso la ama más que a sí mismo. Sirvió a los colegiales y superiores con enorme caridad. Se gastó por sus hermanos. Escribió cosas muy bellas. Gozó del amor de Jesús y de María. Expiró el 1617.