Ramillete espiritual:
El 18 de noviembre
La memoria de la dedicación de las basílicas de los Santos apóstoles Pedro y Pablo es una nueva ocasión, la cuarta durante el año, para reflexionar sobre la figura y la obra de los dos Príncipes de los apóstoles, y también sobre el culto excepcional que se les tributa a través de los siglos. Llegados al final de su vida, San Pedro y San Pablo fueron llevados por las circunstancias a hacer un pequeño balance de lo que el Señor había obrado por medio de ellos. Escribiendo «a los que han alcanzado una fe, no menos preciosa que la nuestra, mediante la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo», Pedro declaraba entre otras cosas: «considero un deber estimularos con mis exhortaciones mientras habito en esta tienda, que pronto abandonaré según la revelación recibida de nuestro Señor Jesucristo. Pero me esforzaré para que en todo tiempo después de mi partida podáis tener presentes estas cosas. Porque no os dimos a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo en fábulas artificiosamente combinadas, sino como testigos oculares de su majestad... Esta voz bajada del cielo la oímos nosotros cuando estábamos con él en el monte santo» (II Pe 1, 13-18).
Por su parte, San Pablo le confiaba a su «verdadero hijo en la fe», San Timoteo: «Doy gracias a quien me confortó, Cristo Jesús, Señor nuestro, porque me ha juzgado digno de confianza llamándome a su servicio... la gracia de nuestro Señor Jesucristo sobreabundó con la fe y la caridad de Cristo Jesús... Por esto he obtenido yo misericordia, para que mostrase Jesucristo primero en mí toda su longanimidad, para ejemplo de cuantos habían de creer en él para la vida eterna» (I Tim 1, 12-16).
Su cualidad de «salvados», el ministerio entre el pueblo de Dios y, finalmente, el supremo testimonio con el derramamiento de su sangre, atrajeron a San Pedro y a San Pablo un culto del que son clara manifestación las basílicas cuya dedicación se festeja en este día. Esta dedicación la hicieron respectivamente el Papa Silvestre (314-335) y Siricio (384-399).