Ramillete espiritual:
El 13 de enero
Andaba San Juan Bautista por las orillas del Jordán bautizando y exhortando a penitencia, cuando llegó a él el Salvador del mundo, de treinta años de edad. Juan Bautista conoció, por luz sobrenatural, que el que venía a pedirle el bautismo era el Mesías verdadero. Jesucristo Se acercó entre los demás y pidió a San Juan que Lo bautizara como uno de ellos. El Bautista Lo reconoció y prosternándose a Sus pies, confundido, se exclamó: «Pues soy yo que debo ser bautizado por Vos, Señor, ¿y viene a pedirme el Bautismo?» El Salvador le contestó: «Déjame ahora hacer lo que quiero», conviene sujetarse a los decretos de la divina Sabiduría.
San Juan, habiendo bautizado a Nuestro Señor Jesucristo, el cielo se abrió y el Espíritu Santo descendió en forma visible de paloma sobre Su cabeza, y se escuchó la voz de Dios Padre diciendo: «Este es Mi Hijo amado en quien he puesto Mis deleites y complacencias.» Muchos de los que estaban presentes escucharon esta voz del Cielo, y al mismo tiempo vieron al Espíritu Santo en la forma de paloma.
Este testimonio fue el más grande que se puede dar de la divinidad de nuestro Redentor, ya que se manifestó así que Jesucristo era verdadero Dios, igual a Su Padre Eterno en sustancia y perfecciones infinitas. El Padre quiso ser el primero en dar testimonio desde el cielo de la divinidad de Su Hijo Jesucristo. Esta voz del Padre también tenía otro misterio, pues era como una compensación por el acto hecho por él de humillarse para recibir el Bautismo. Esa humillación servía como remedio por el pecado original del hombre, que vino de la soberbía, así como todos los demás pecados.
Nuestro Redentor Jesucristo ofreció al Padre con Su obediencia este acto de humillarse a Sí mismo en la forma de un pecador, recibiendo el bautismo con aquellos que lo eran; reconociéndose a Sí mismo, a través de esta obediencia, humillado en la naturaleza humana. Así instituyó sobre Sus méritos el sacramento del bautismo que iba a lavar los pecados del mundo. El mismo Señor humillándose el primero para recibir el Bautismo, pidió y obtuvo del Padre un perdón general para todas las almas que lo recibirían, librándose de la jurisdicción del diablo.
La voz del Padre y la Persona del Espíritu Santo descendieron para acreditar el Verbo hecho hombre, recompensar Su humillación, aprobar el Bautismo y sus efectos, manifestar a Jesucristo por el verdadero Hijo de Dios y dar a conocer a las tres Personas en cuyo nombre se debe dar el Bautismo.
Del Evangelio de San Mateo, cap. 3, v. 13-17; y María de Ágreda, La Mística Ciudad de Dios, Volumen 5, p. 289-291.