Vida de los Santos
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Ramillete espiritual:

El 4 de junio

San Francisco Caracciolo
San Francisco Caracciolo

San Francisco Caracciolo
Presbítero y fundador
(1563-1608)

En el pueblecillo de los Abruzos italianos, en la villa de Santa María, venía al mundo el 13 de noviembre este niño a quien pusieron por nombre Ascanio, pero que después cambiará e imortalizará por el de Francisco.

Sus padres Francisco e Isabel eran muy buenos cristianos y el Señor les bendijo con cinco hijos, cuatro de los cuales se consagrarían al Señor en el estado sacerdotal o religioso.

Nuestro pequeño Ascanio a los seis añitos ya le pusieron a estudiar latín. Era muy inteligente y bueno. La sencillez que brotaba de sus ojos y de todo su comportamiento robaba el afecto de cuantos le trataban.

Llegada la edad competente su padre le destinó al servicio militar y afirman los autores que a pesar de su gran belleza, sus cualidades extraordinarias y su alegría, propia de los italianos de sur, no mancilló nunca la blancura de su alma, gracias, sobre todo, a dos soportes que le ayudaron a salir siempre airoso de los ataques del demonio: Su gran amor a la Eucaristía, que recibía con gran frecuencia, y su tierno amor a la Virgen María, a la que cada día obsequiaba con el rezo del Santo Rosario y del Oficio Parvo.

Cuando tuvo veinte años pasó por una prueba muy dura: Le vino una rara enfermedad que los médicos no sabían explicarse, pero que algunos veían parecida a la lepra. Todas sus ilusiones cayeron por tierra. Se sintió acobardado. En aquellos momentos le vino una ráfaga de luz e hizo la promesa de abandonar el mundo y abrazar la vida religiosa si recobraba la salud.

Curó de modo que él mismo calificaba como milagroso y marchó a Nápoles para estudiar teología. Se entregó de lleno al estudio de las Sagradas Escrituras y llevaba una vida de gran piedad. La oración y los sacramentos eran el hilo conductor de su vida y la razón de ser. Renunció a la herencia paterna para estar más liberado de las ataduras del mundo. Por fin se ordena sacerdote en 1587.

Durante algún tiempo se entregó a ayudar entre los llamados Penitentes blancos que estaban condenados a muerte. El bien que hizo entre aquellos pobres ajusticiados no es fácil de poderlo resumir. Les alentaba a perdonar, a confiar en el Señor, les abrazaba y cuidaba como una madre. Todos morían en gracia de Dios y con gran alegría.

Pero Dios le quería por otros caminos. Providencialmente llegó -por error- una carta a sus manos en la que se hablaba de unos proyectos fundacionales de un nuevo Instituto en la Iglesia. Son tres los hombres elegidos en esta ocasión para dar vida a una Sociedad o Instituto que se llamará después Clérigos Regulares Mínimos y que, a diferencia de los Institutos que hasta entonces había, querían hacer hincapié en procurar ensamblar la vida contemplativa con la vida apostólica formando como un todo conjunto. Era el 1588 cuando se realizaba todo esto. Con esta ocasión nuestro Santo, para olvidarse de todo, cambia su nombre por el de Francisco.

Por todas partes donde pasa llama la atención por el ardiente amor que bulle en su corazón. El quiere que todos los hombres amen a Dios con todas sus fuerzas y que huyan del pecado. A los tres votos habituales añadían el cuarto, el de no admitir dignidades eclesiásticas. En sus viajes por España para fundar conventos de su Orden fue recibido con gran afecto por los reyes Felipe II y Felipe III. Por fin, cargado de méritos, a sus 45 años, el 4 de junio de 1608, vigilia de la festividad del Corpus Christi, partió a la eternidad...

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