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Ramillete espiritual:

El 29 de agosto

San San Juan Bautista
San Juan Bautista da testimonio de Jesucristo
O.D.M. pinxit

Martirio de
San Juan Bautista
(† 31)

Juan Bautista fue llamado a una vida tensa y difícil. Su nacimiento ha sido milagroso. El Señor lo ha alejado de lo que llena ordinariamente la existencia humana, y lo ha mandado a la soledad. Vive en el desierto, con suprema austeridad, alimentándose de langostas y miel silvestre. Vive pendiente de la voluntad divina. Va a ser el Precursor del Redentor.

Es el último de los profetas y el más grande de todos ellos. Juan por su parte afirma refiriéndose a Jesús: Conviene que Él crezca y que yo mengüe. Yo no soy digno de desatarle la correa de las sandalias. Pero Jesús dirá de él: Es más que un profeta. Entre los nacidos de mujer no hay uno más grande que Juan Bautista. Efectivamente, los profetas dijeron: Pronto llegará el Mesías. Pero Juan dice sin rodeos: Ése es el Cordero de Dios.

Es difícil el destino de los profetas. Ser profeta, dice Guardini, significa decir a su tiempo contra su tiempo, lo que Dios manda decir. - No te es lícito tener como esposa a Herodías, la mujer de tu hermano, le grita Juan a Herodes Antipas. Y Juan lo paga en la cárcel de Maqueronte.

Un día manda Juan mensajeros a Jesús para preguntarle: - ¿Eres tú el que ha de venir, o hemos de esperar a otro? - Y Jesús responde: "Id y referid a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y los pobres son evangelizados". Son palabras sacadas de Isaías. Y Juan sabe lo que significan. Jesús añadió: "Y dichoso el que no se escandalice de mí".

Suele decirse que Juan lo preguntó a causa de sus discípulos, para que Jesús les confirmase lo que él ya les había explicado. Pero podría ser que Juan lo preguntase por su propia cuenta. En realidad, la vida de los profetas está expuesta a toda clase de tormentas del espíritu.

No hay descripción más vehemente y emocionante del destino y ser de todo profeta que la de los capítulos 17-19 del primer libro de los Reyes, en que se nos describen los azares y vaivenes del profeta Elías, hasta tumbarse en el desierto, bajo un arbusto, en total desamparo, pidiendo la muerte. Y así se ve en Ezequiel, Jeremías y en otros profetas.

Por eso podemos imaginar que Juan mandó interrogar a Jesús, por su propia cuenta, en aquellas horas de terrible abandono. Siente que la muerte le amenaza, pendiente del capricho de Herodías. ¿No serían estos los momentos más sombríos de su vida? ¿Es verdaderamente el Mesías, cuyo servidor soy -pudo pensar Juan- el que me impone esta prueba?

En este caso, las palabras de Jesús "dichoso el que no se escandalice de mí", serían dichas para confortar a Juan, animándole a aceptar el supremo sacrificio. Los discípulos no entenderían el mensaje que llevan a la oscuridad de la cárcel. Pero Juan Bautista lo ha comprendido.

Luego se cumple su destino. Herodías quiere verlo desaparecer. Cuando su hija Salomé cautiva a los invitados con sus danzas en un banquete, el rey le promete cumplir cualquier deseo que se le ocurra. Salomé acude a su madre, y Herodías le hace pedir la cabeza de Juan Bautista en una bandeja. El rey se estremece ante la enormidad del crimen, pero es débil y cede. Los esbirros cumplen la orden y le traen la cabeza del Bautista.

Juan ha cumplido ya su misión. Pero ¿cómo es posible, Señor, que tus discípulos estén a merced de los impíos? El misterio de la Cruz de Jesús está ya presente en este martirio. Su sangre no será inútil. "La cabeza de Juan Bautista predica mejor desde la bandeja que sobre sus hombros".

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